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76 MANUEL GONZALEZ GARCIA La diferencia o variación pueden ser, en su nivel más elemental, la tras– lación en el espacio y, más profundamente, el paso de ser una cosa o esto a ser otra cosa u otro. A este «otro» lo denomina E. Nicol «una categoría principal de la ontología», ya que el ente «tiene una mismidad que se obtiene y se conserva precisamente mediante relaciones de alteridad que lo definen respecto de sí mismo y respecto de los otros» 100. Lo propio de esta diferencia o alteridad, captada por la experiencia per– ceptiva, es que el sujeto del cambio es el mismo y no es el mismo. Hay una visión unitaria del cambio como ser y del ser como cambio. Es lo que deno– minamos «devenir», sin que tal devenir se convierta en pura fugacidad o evanescencia del ente, ya que «hay firmeza en el tiempo mismo» y, por lo tanto, «firmeza ontológica» 101. Si ésta es la experiencia, a ella debemos remitirnos, ya que su dialéctica no ~ebe ser borrada o sustituida por una hipótesis de teoría, como es el principio de no contradicción. Igualmente hemos de proceder respecto del tiempo. En la hipótesis de la no contradicción, el tiempo queda paralizado, correlativamente a la supuesta inmutabilidad del Ser. Dado que el tiempo es fluencia, un «mismo» tiempo no es real 192 • Y la imposibilidad de que el tiempo sea el «mismo», muestra también la defectibilidad e ineficacia de la identidad, tanto a nivel ontológico como epistemológico. No hay un tiempo «puro», sino que el tiempo es cambio de ser. Este, como sujeto del cambio, no se sustrae al devenir, sino que existe cambian– do 193 • Entonces, el ser es tiempo y el tiempo, ser; y no sólo un accidente o apariencia de ser (cual pensaba Aristóteles) o una mezcla de Ser y de Nada (como explicaban Hegel y Heidegger). Hay, pues, una permanencia temporal (permanecer alterándose y alte– rarse permaneciendo), cuando llega a comprenderse «que el ente individual puede muy bien ser el mismo en el tiempo (no en un mismo tiempo); o sea, sin necesidad de detener la duración, o de suponer en el ente ninguna parte que se sustraiga al tiempo y explique su permanencia (mientras las otras 190 PC 320. Para E. Nícol, la teoría de la esencia inmutable del ente no fue creada por causa de la evidencia empírica de la temporalidad, sino para armonizar esa evidencia con el principio de no contradicci6n y así permitir la identificaci6n de los entes. Pero esto es justamente lo que no logro la teoría esencialista. Por un doble motivo: 1) Poi,que reconocemos Jos entes por su apariencia cambiante. Esta habría de ser traspa– sada met6dicamente para llegar a la esencia. 2) Porque, aun conocida la esencia, ésta presenta rasgos ontológicos comunes, que manifiestan la diferencia específica, no la indi– vidual. Por eso, «la esencia qpresa... la relaci6n de identidad del ente consigo mismo, y además la relación de identidad medular entre él y cualquier otro de la mi!1ma especie», mientras que «la mismidad es singularidad» (PC 319). 191 Cf. ME 172, y me 97. 192 Cf. PC 314-15. 193 «Bl cambio no es más que la forma de ser de lo que cambia. De suerte que la duraci6n temporal no se concibe sin la mismidad. Lo que dura está en el tiempo, pero está él mismo, como algo que sigue siendo» (PC 316}, Más lapidariamente escribe en me 90: «Sin cambio no hay propiamente duraci6n: lo que dura, perdura en el tiempo».
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