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228 MANUEL GONZALEZ GARCIA tados sucesivos que guardan entre sí conexión y unidad interna, sin que sean intercambiables dentro de la sucesión total. Este tiempo es el de la libertad, que actualiza potencias espirituales y cuya perfección ética reside en la adopción de una actitud desinteresada, no utilitarista, en el conoci– miento y la presentación del Ser. El hombre es el ser que habla del Ser, mediante d lagos. Por efímera que sea la existencia humana, mientras el hombre exista y conozca, el Ser será en el hombre con una nueva manera de presencia: la presencia mani– festada del Ser y la presencia especial de un ser que expresa. Partiendo de lo dado, el hombre lleva a cabo una acción «poética», que constituye su destino y su vocación. No se trata de una vocación que dependa de una elección. La vocación, en el sentido que hablamos, es fruto de la con– dición ontol6gica del hombre que ha de producir, indefectiblemente, más Ser con sus palabras. Sólo las ciencias particulares pueden ser objeto de una vocación escogida libremente. La palabra, y mediante ella la evidencia del Ser, no es fruto de la acción solitaria de un sujeto. La identificación del ente, cambiante y per– manente en su mismidad de ser, se logra en un diálogo interior o exterior, que supone la referencia del lagos a una realidad común. Con anterioridad a la existencia de la palabra, sólo había Ser. Pero, en un momento deter– minado (sin que E. Nícol explique cómo y cuándo se produjo exactamente), el Ser se presenta a sí mismo ante, en y por el hombre. La presencia del Ser supone entonces como un aparente desdoblamiento en la simple per– cepción, desdoblamiento que parece acentuarse en el acto productivo, poé– tico, de la palabra o logos. Este se presenta como dialéctico, porque dis– tingue e identifica cada cosa por su nombre. Al mismo tiempo, sin embargo, reúne, ya que muestra la comunidad del hombre que conoce con lo nom– brado por la palabro. La comunidad, por tanto, no se refiere sólo a los sujetos que dialogan, sino que muestra también la compatibilidad entre el mundo humano y la naturaleza. Pare E. Nícol es un hecho fenomenológico la comunidad de Ser y la de conocer. En esta última, la palabra tiene una importanda primordial, ya que se convierte en el órgano más importante de conocimiento por su contenido significativo y su intención comunicativa. Por eso, no es extraño que E. Nicol afirme que la historia es historia de la palabra. Ni los puros sentidos, ni la pura razón del sujeto solitario que conoce, nos ofrecen 1a verdad. Esta es el reconocimiento de una misma rea– lidad por un sujeto o por dos sujetos dialogantes: «La comunicación verbal es una invitación a participar, que retiene a los comunicantes en el ámbito de lo comunicado» 749. 749 me 129. Cf. PTP 27-29; CRS 256 ss. Hablando de la aparición del «logos» escribe, por ejemplo: «De la materia nace el logos... Nació del barro y volverá a él; no se desprendió, pero lo superó. Pues la materia sola, si pudiera hablar, siempre diría lo mismo: su lenguaje son sus leyes, y éstas son inalterables. Tal monotonía contrasta con la polifonía del verbo, que es creador incansable de formas mensajeras. Ouando afirmamos que el ser que tiene voz tiene infinitas voces, indicamos que tiene esa libertad

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