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Et. HOMBRE Y t.A I:IISTORIA EN EDUARDO NlCOL 221 Pero el ser del hombre también es dialéctico. Igual a los demás hombres por su constitución ontológica, es también diferente de .ellos por su moda– lidad óntica o existencial. Es un ser potencial: ser y no ser al mismo tiempo, que cambia y transforma su ser mismo en y mediante las relaciones que mantiene con cuanto no es su yo. No hay una esencia que se actualice de forma necesaria, uniforme, en los hombres. La existencia humana es diversidad, evolución, que se concreta en una forma específica de proceso que es la historia. De aquí, la imposibilidad de dar por concluida la empresa de com– prender al hombre. La multiplicidad de doctrinas antropológicas, que no sólo difieren sino que a veces se oponen entre sí, revelan que la tentativa de conocer al hombre ha sido juntamente fructífera y vana. Constantemente se abren nuevas posibilidades de comprensión, que marcan progresos a los que no se puede renunciar y han puesto de manifiesto auténticos problemas. Aunque seamos para nosotros mismos la más segura e inmediata posesión, andamos como tanteando en la oscuridad y aparecen nuevos enigmas. Es– cuchamos nuestra voz, la voz del hombre, pero no podemos concretar definitivamente su timbre. Mucho de lo que nos dice esa voz es compren– sible y nos sentimos profundamente conmovidos al escucharla. Pero, al mismo tiempo, no acaba de revelarnos toda su riqueza. Bien expresaba todo esto E. Nícol al escribir: «Preguntamos qué es el hombre y nos llegan de la historia innume– rables respuestas. El hombre expresa su. ser, y lo transforma al expresarlo. En cada momento es capaz de ofrecer alguna peculiaridad que, siendo inesperada, es al mismo tiempo congruente con su ser. Ninguna definición o idea del hombre es completa, pero tampoco errónea: todas son de al– guna manera definitivas, pues cada una realza un cierto rasgo distintivo ... Parece que el hombre, cuando vuelve la atención sobre sí mismo, no acaba nunca de saber en qué consiste esa mismidad» 7 48 . La existencia se desarrolla en una estructura dialéctica, en la que el hombre y los hombres, el hombre y el mundo, se diferencian e implican recíprocamente. La alteridad es elemento constituyente de su mismidad. Precisamente, las diferencias son las que permiten crear la comunidad, sea con la naturaleza sea con los otros hombres, logrando la armonía ontoló– gica. No hay alteridad (que es la estructura dialéctica de la relatividad) que pueda romper la hermandad ontológica. La historicidad es uno de los puntos en que más insiste E. Nícol. No nos enfrentamos aquí a un tiempo homogéneo y continuo, principio de cantidad y medida en cuanto sucesión de momentos, vacío en sí mismo. Este tiempo mantendría fuera de sí a la existencia y volveríamos de nuevo a una concepción antropológica esencialista, cosa que no acepta E. Nícol. El tiempo de su antropología es interno. Se trata, pues, de es- 748 ih 11. Cf. también PF 181-82, 184. 15

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