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222 MANUEL GONZALEZ GARCIA miento del hombre, ya que todas las «ideas del hombre» que han apare– cido en la historia manifiestan, en su verdad y sucesión, las realizaciones ónticas de la definición ontológica. Pero, el hombre como «ser potencial» no existe oculto o aparte de lo fenoménico y apariencial que nos ofrecen los modos ónticas concretos. Estos son posibles en virtud de la constitución ontológica. Y ésta se nos revela en las particularidades ónticas humanas que nunca agotarán la cons– titución ontológica. Un estudio del hombre habrá de atenerse a los hombres concretos, porque es lo único que existe. Pero cada hombre es manifes– tación histórica de la estructura o forma de ser común, en cuanto que todas las modalidades óntico-históricas de la existencia revelan la estructura onto– lógica constitutiva del ser del hombre. Paralelamente a lo que se afirmaba del hombre en cuanto actualidad psicológica (integración de lo personal y lo transpersonal en la situación vital), también ontológicamente hay que atender a la dimensión personal del «ser potencial» y a la transpersonal (lo divino, la naturaleza, lo hu– mano), que se integran, como términos de relación vital, en lo que deno– mina E. Nícol comunidad. Los tres términos de la relación vital forman el no-yo, con el que el hombre tiene una conexión siempre cambiante. Atendiendo a las dimensiones del tiempo (pasado, presente y futuro), tanto la vida individual como la vida colectiva tienen una evolución aná– loga: ambas vidas se cualifican en el presente, pero guardando conscien– temente el pasado y proyectándose hacia el futuro. La historia individual se acumula en la memoria personal y la biografía, mientras que la colec– tiva, la del grupo humano, se encuentra en la historia colectiva o, mejor, en las historias, ya que la humanidad es heterogénea. Y ambas historias tienen un límite, sea la muerte individual o la de la comunidad. La existencia de los modos ónticos enlaza con el tema de la expresión. Si, en el campo psicológico, la expresión manifiesta la conmoción o el modo de vibrar del sujeto en la situación vital, ontológicamente, la expre– sión es una categoría que define al hombre, porque él es «el ser de la expresión». En ella está comprendida toda la dinámica del fenómeno hu– mano como manifestación, comunicación, individuación, cambio y libertad. Manifestación, en cuanto es presencia fenoménica; comunicación, porque el hombre es relativo a lo que no es él mismo; individuación, porque la expresión es el medio que tiene el hombre para comunicar y, al mismo tiempo, distinguirse y diferenciarse en su propia individualidad (la expre– sión es, a la vez, lo común y lo singular); cambio, porque la expresión es dinámica, siendo el hombre en su cambio, que es la historicidad; libertad, porque no está ontológicamente predeterminado y cabe la posibilidad de escoger entre diversas alternativas. La historia se desarrolla propiamente en el mundo. Mientras que el universo es simplemente lo dado, el mundo es el orden y la creación pro– ducida por el hombre. El mundo es obra del hombre, que se recibe y, al

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