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EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 221 Toda experiencia es una acción que está determinada cualitativamente en la espacialidad y la temporalidad, pues el ,aquí y el ahora son siempre determinaciones concretas de un yo. La experiencia de la acción muestra, así mismo, que la espacialidad (el aquí) y la temporalidad (el ahora) están implicadas recíprocamente, lo cual sólo puede explicarse si el sujeto que obra es uno, i,in que sea posible aislar distintos componentes (alma-cuerpo), a los que correspondiera la espacialidad o la temporalidad. La acción del yo tiene caracteres de espacialidad en tanto que es espiritual y caracteres de temporalidad en tanto que es corpórea. Ello conduce a la revisión y abandono de toda composición dual en el hombre. No puede hablarse de «sustancias», sino de dimensiones espaciales y temporales de una acción humana. Esta no se realiza en un tiempo y en un espacio subjetivamente «puros», vacíos o indiferentes. Toda acción humana está encuadrada en la unidad de la situación vital, que incluye tres elementos: a) El factor personal. b) El factor transpersonal o transubjetivo (otros hombres, la natura– leza, etc.). c) La relación que ha de ser vital, integrando, correlativa y dinámi– camente, los dos momentos anteriores. Desde las situaciones vitales, nos adentramos hacia el ser del hombre, que dará razón de las mutaciones históricas. El ser del hombre es una existencia constituida por una estructura dual de tensiones (ser-poder ser), que halla unidad en la tensión intencional de querer ser. Esta estructura o unidad dual es explicada, ontológicamente, mediante la teoría metafísica de la potencia y el acto: - Es acto todo lo constituido por el cuerpo y la vida del cuerpo, junto con las potencias espirituales y,a actualizadas. - Es potencia toda la vida espiritual, que se actualizará viviendo bajo el principio de indeterminación o de libertad. La más autén– tica vocación humana consiste precisamente en la realización de sus potencias, en la vocación de la vida, y no en la vocación de la muerte. Toda la acción del hombre se organiza y se apoya sobre el acto, que encauza, limitando y haciendo posible al mismo tiempo, la actualización de la potencia de vida espiritual. En cuanto la acción recae sobre nuestro propio cuerpo o sobre la naturaleza, y la espiritualizamos, realizamos una acción sobre-natural. La definición ontológica del hombre como «ser potencial» aclara el problema de su ser en el tiempo. Pero tal definición muestra simplemente la estructura o forma del hombre, que, en cuanto tal, es inmutable: el hombre es siempre, mientras vive, un «ser potencial». La permanencia e inalterabilidad de esta noción garantizan la seguridad de nuestro conocí-

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