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EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 121 La vocación de la muerte trae hoy a la memoria las explicaciones de la filosofía existencialista. E. Nícol, sin detenerse en un análisis pormeno– rizado, recuerda la doctrina de Heidegger: «En su acertado afán de darle a lo histórico un fundamento ontológico, ha caído en la cuenta de la radicalidad final de la muerte; todo lo vital, todo lo histórico, pende o depende de la muerte, que es la nada. El ~er depende del no ser. La vida auténtica será por tanto la que se oriente hacia la muerte, la que le haga íntimamente frente, o sea, la que se vuelva de espaldas a la vida misma. Pero esto es angustioso» 374_ Para evitar esta angustia de tener que afirmar y negar al mismo tiempo la vida, es preciso encontrar en el hombre y en su acción un elemento afir– mativo. El hombre se salva de esta concepción decepcionante descubriendo que la muerte no puede concebirse como «nada». Es evidente que la muerte no es algo neutro o anónimo. No siempre podemos realizar la muerte que deseamos, como no siempre realizamos la vida que queremos. Pero la muerte es algo cargado con la originalidad del que muere: «El morirse es un acto de la vida; el último acto, pero pertenece todavía a la tragedia de la vida y tiene toda la coloración de los demás actos vitales» 375 . Toda la determi– nación o cualificación que la muerte puede tener ha sido expresado bellamente por E. Nícol comentando unos versos de San Juan de la Cruz. Estas son sus palabras: «Pues la importante no es la muerte, sino el modo cómo lleguemos a la muerte. La gran paradoja de la existencia humana es que debamos llegar a la muerte llenos de vida, es decir, ofrendándole a la muerte, a manos llenas, todo lo que nuestro cuidado ha obtenido de la vida; y cuanto más nos aventajemos de ésta, menor es el imperio de la muerte. Y de este modo se conjugan en la trama de la existencia humana el pasado y el futuro: que sólo es grave la muerte del que no se aventajó en la vida, la muerte de quien era rico de futuro e incertidumbre; mientras que la vida rica de pasado, está ya tan bien ganada, que tan sólo le falta la muerte para acabar de cumplirse. La vida bien ganada tiene la muerte bien ganada» 376. Si la vocación de la muerte es importante, mucho más lo es la vocación de la vida. De tal manera que toda la existencia humana es solamente res– puesta a las llamadas de la vida. Esto es verdaderamente lo decisivo y pri– mero, pues, cundo empezamos a vivir, lo que nos llama es la vida misma con toda la amplitud y exuberancia de sus atracciones. No se trata de que nosotros valoremos de una u otra manera la vida. «Se trata de que, consti– tutivamente, la vida se afirma a sí misma, sean cuales fueran nuestras opinio– nes sobre ella» 377. Incluso, la vida misma, independientemente de nuestras 374 VH 38-39. 375 VH 41. Cf. también 42. 376 VH 9-10. 377 VH 40.
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