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Es cerrada la lucha y es trágico sucumbir con las alas rotas en el vuelo a lo absoluto sobre el mar. Madre, que nos hiere el cuerpo un grito de tierra, que nos surca el alma la desolación de seres divinos, ahogados en la sangre. Nos duele la carne atravesada de pecados y gritos de naufragio. (Así abierto el horizonte de mí mismo en la ausencia trágica del Todo en mi repetido desvarío). Yo he de morir. Un día el triste cuerpo ha de sentir el derrumbe definitivo de su tierra, pero llevo el germen de la vida perdurable, que está en la carne de Dios que me sustenta. Y mi cuerpo un día, todo alas, ha de surcar los espacios corno Cristo en la gloria de aquella mañana, corno tú, Madre mía, en el triunfo de tu asunción. La materia aún no sabe el triunfo de la rosa, de la Virgen y del ángel. El lago azul del alma tiene fronteras de ternura y se derrama. Madre, mi corazón, anclado definitivamente en Dios, te llama. Yo sé que no ha de ser en vano. 23

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