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LA TEOLOGÍA EN EL SIGLO XV 177 imperiali officio exhortari [... ]. Quapropter contradicentes [... ], dicimus, nos earum vigore minime teneri adimplere contenta in eisdem» 9 • Pero, mejor que ponerse en actitud defensiva, que pudiera terminar por araer fatales consecuencias para toda España, era lanzarse a la ofensiva en vistas a h:icer– le bajar los humos al pretencioso electo Emperador. Y esto es lo que llevará a ::abo desde este momento el íntimo amigo de Fernando y antiguo maestro salmantino, fray Diego Moxena, presente en Constanza, como queda dicho. Empuñando las armas de la Teología, de profecías bíblicas, de la historia de la Iglesia y de v;;_tici– nios medievales no dejará de asestar duros golpes al adversario. Y para comenzar, Moxena abre el combate con el tristemente célebre <=caso Hus». El maestro de Praga, provisto de un salvoconducto que le otorgó Segis– mundo, fue de los primeros en presentarse en Constanza para perorar la cama de sus doctrinas y las de Juan Wicleff, que eran combatidas en su patria por los mis– mos connacionales. Pero no obstante el salvoconducto de inmunidad, y a pesar de las garantías de apoyo que, en llegando, encontró en el mismo Juan XXIII, sin embargo, el 28 de noviembre de 1414, y sin siquiera esperar la llegada de ~egis– mundo, los cardenales metieron a Hus en la cárcel y, acto continuo, enviaron a Moxena para que lo examinase sobre sus ideas -«ut magistrum tentaret»- . El maes– tro salmantino, presentándose como un «simplex idiota», fue derecho al g:_-ano: comenzó por preguntarle si él sostenía que después de las palabras de la consagra– ción en el sacramento del altar permanece el pan material. Hus negó po:: tres veces. Moxena cambia a la pregunta: sobre la «unio hypostatica, vel qualis sit illa unio divinitatis cum humanitate in Christo». Con esta pregunta Moxena ap-_mta– ba a la doctrina de Wicleff, que Hus defendía y difundía por Bohemia. Errar en este dogma, que comprometía, a la vez, la Trinidad y la Encarnación, era in01rrir, en frase de san León, en la «prava haeresis», o sea, la peor o el cúmulo de todas las herejías. Al oír la pregunta, Hus, sin poder dominar los nervios, se puso a l:ablar en checo con su acompañante Juan de Chlum, y luego dijo a Moxena: «d~;:;is te simplicem, te ego considero quia tu es duplex», y no respondió a la pregunt.:_ o, al menos, su acompañante no la registró. Moxena ¿qué más podía pedir al ver :1ega– dos, y con pertinacia, los dogmas fundamentales de la Trinidad, de la Encarnación y de la Transustanciación? Dio por terminada la inquisición y se marchó. Uca vez fuera, explicó todo a los cardenales, y éstos, por supuesto, creyeron al «sub-:ilissi– mus theologus». De hecho, Juan Hus continuaría en la cárcel, en espera de j-_iicio, o lo que será lo mismo, de la hoguera. Pero, ¿y lo del salvoconducto de Segismundo, acto sacrosanto, cuyo incwnpli– miento por parte de quien lo había concedido llevaba consigo el pecado de per– jurio con todas las consecuencias políticas a daño del Emperador? Obviamente, Segismundo se opuso con todas sus fuerzas no sólo a la retención en la cárcel sino, y, sobre todo, a la sentencia que se veía venir. 9 Ambas cartas fueron publicadas por J. J. I. DOELLINGER, Materialen zur Geschichte a~-:s fünf zehnten und sechszehnten ]ahrhunderts, Regensburg, 1863, pp. 371-37 4.

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