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HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE SALA.MANCA inserendum». Y copian el can. 1 del Concilio XI de Toledo. Hacia mediados de enero de 1415, unos cuantos teólogos presentes en Constanza dirigen en forma anónima una carta al emperador electo Segismundo, que acababa de llegar a la ciudad del Concilio, para animarle a llevar adelante a todo trance su propósito de devolver la unidad a la Iglesia y a no atemorizarse ante las arrogancias de que venía haciendo gala el partido papal, como las que acababa de usar, no sé por qué moti– vo, contra el cardenal Pierre d'Ailly y contra Diego Moxena, citados expresamente en la carta. Los teólogos anónimos, casi queriendo disculparse de haber escrito la carta, recurren a esta sabia máxima: «Et, qui bonum dat consilium, praesentis vitae haber subsidium et aeternae remunerationis consequetuir praemium». No dicen de dónde la tomaron, pero está copiada del can. 5 del Concilio IX de Toledo 7 • Hacia finales de ese mismo mes de enero, otro escrito anónimo, probablemente proce– dente del mismo grupo, indica a Segismundo cuáles son sus derechos y deberes en cuanto a la reforma y paz de la Iglesia y cómo debe cumplirlos. Son idénticos, en contenido y expresión, a los que Recaredo se atribuyó a sí mismo en el discurso de apertura del Concilio III de Toledo. Durante la noche entre el 20 y 21 de marzo de 1415 el papa de Pisa, Juan XXIII, que había convocado el Concilio, sintiéndose cada día menos seguro, abandona disfrazado Constanza y se da a precipitada fuga. Cunde el pánico entre los conciliares. ¿Qué harían ahora el electo Emperador y aquel grupo de prelados, teólogos y juristas? Y lo que hiciesen, ¿qué autoridad podía tener? Y aquí, una vez más, la mirada se vuelve hacia el pasado hispánico. Superado el primer susto, el día 26 de marzo se celebró sesión pública, la primera después de la fuga del Papa. Estaba presente Segismundo y presidía el cardenal D'Ailly. Se abrió la sesión con la oración «Adsumus, Domine sancte Spiritus» y, a continuación, fue leída la exhortación «Ecce sanctissimi sacerdotes». Ahora bien, la una y la otra forman parte del «Ordo de celebrando concilio» de las Decretales Pseudoisidorianas del siglo IX, conocidas como la Collectio Hispanica; la exhorta– ción figura también en el can. 5 del Concilio IV de Toledo 8 • Esta presencia de la Hispania visigótica en Constanza no es sino uno de los hitos en el largo camino que la España del siglo XV hubo de recorrer hasta llegar a formar oficialmente parte del Concilio. El primer hito fue de franco rechazo del Concilio. El joven rey de Romanos, todavía no coronado Emperador, Segismun– do, no sólo forzó al último de los tres papas a convocar un concilio para acabar con el cisma que afectaba a toda la Cristiandad, sino que se permitió también invi– tar a los demás soberanos a estar presentes personalmente o por delegados. La carta a Fernando I de Aragón está datada en Cremona el 4 de febrero de 1414. Alegaba, además, Segismundo, que se movía a dar este paso «pro imperiali officio tanquam Ecclesiae Catholicae defensoris et praecipui advocati». La respuesta de Fernando, firmada en Momblanc el r de octubre del mismo año, no podía ser más enérgica y desabrida: «Nos imperio non subimus. Et ideo nequivimus ... pro 7 José VIVES (ed.), Concilios visigóticos e hispano-romanos, Barcelona-Madrid, 1963, p. 300. 8 Isaac VAzQUEZ JANEIRO, «San Ildefonso y los concilios visigóticos vistos desde el siglo XV», Estudios marianos, 45 (Madrid, 1990), pp. 309-348.

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