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LA TEOLOGÍA EN EL SIGLO XV 195 1410-1412, parece ser la última que de él se conocía, los historiadores de la Litera– tura le daban por muerto en torno a esas fechas. Pero si la fusión de apellidos que venimos defendiendo resulta aceptable, hay que admitir que fray Diego continuará por algunos años más en escena: eso sí, representando otros papeles, y asumiendo su apellido patronímico o el de la «natio», como se acostumbraba («Didacus Hispanus»). La primera vez que lo encontramos con su apellido de familia, «Moxena», es en 1405; el 17 de noviembre de ese año, Benedicto XIII le nombraba su «faniliar, doméstico y comensal». Título honorífico, que no conllevaba la obligación de convivir en el palacio pontificio, sino que, por el contrario, quería ser, por una parte, premio por los trabajos ya realizados al servicio del papa de Aviñón y de la extirpación del Cisma, y, por otra, aval y estímulo para continuar trabajando con redoblado empeño por la misma causa. Abandonando, pues, su cátedra de Sala– manca y hasta su candidatura a la cátedra de Prima, fray Diego Moxena se con– vierte en una especie de embajador itinerante al servicio del papa de Aviñón. Conocer todos sus caminos resulta, hoy por hoy, difícil, yo diría, imposible. Seña– laré sólo como en una agenda, y en la medida de lo posible, algunas de sus etapas principales, que nos permitirán comprender más adelante la razón de ser de sus posiciones teológicas. Poco después de su nombramiento, abandona la comitiva pontificia que se movía por Savona, Niza y la Liguria, y a principios de 1407 se presenta en Tole– do, apenas fallecido el rey Enrique III de Castilla, el cual dejaba como corregente para la parte sur del Reino a su hermano el infante don Fernando; éste se propu– so llevar adelante la cruzada contra los moros, que había comenzado a organizar el difunto monarca. Fray Diego presta toda su ayuda a la iniciativa, y entabla desde entonces una entrañable amistad con el joven corregente que sólo la muerte de éste romperá. Y viene otra etapa. Puesta en marcha la cruzada, Moxena dóió de acompañar a Fernando en las diversas expediciones por el sur, incluso, en la que llevó a la famosa conquista de Antequera (1410) . Una tercera etapa pudo haber sido Zaragoza si es que fray Diego estuvo presente -carezco de argumentos segu– ros para afirmarlo- a la fastuosa coronación del nuevo rey de Aragón Fernando I, el de Antequera, los días 10-n de febrero de 1414. Lo que sí es cierto es que le espe– raba con urgencia otra nueva etapa. El 9 de diciembre de 1413, en presencia y por imposición del emperador electo Segismundo, el papa de Pisa, Juan XXIII, pro– mulgaba en Lodi la bula de convocación de un Concilio general que se abriría en Constanza el 1 de noviembre de 1414 con el fin de acabar con el Cisma y poner paz en la Iglesia. La iniciativa, obviamente, no podía ser aceptada por Benedicto XIII, ni, consiguientemente, por el nuevo rey de Aragón, que en buena parte debía su trono a las influencias de aquél. Para tener informados a ambos, y tal vez por orden suya, fray Diego se marcha a Italia. Recorrió todo el norte, o lo que entonces se llamaba la Lombardía. Consta que se hizo buenos amigos, pero las impresiones que iba recibiendo no debieron de ser muy halagüeñas. Y a'!_uÍ co– mienzan los golpes de escena en la vida de fray Diego. La etapa más importante.

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