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194 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA Vive este contraste entre la ley eterna y la ley temporal la mente del gran tribuno romano Cicerón. Entusiasta del jus civile, vigente en Roma por obra de sus legistas, admira otra ley que no es la de Roma, ni la de Atenas, sino la que se halla vigente, a perpetuidad, en todos los pueblos y gentes. La ape– llida /ex sempiterna et inmutabi/is. Tiene por autor a Dios, quien es de esta ley «inventor, disceptador, lator» 7 . Tampoco Cicerón, en sus altas reflexiones sobre el orden moral establecido por la ley, hace referencia a la persona. Pudiera objetarse a esta perpectiva histórica que el pensamiento antiguo fue poco vidente en sus análisis de la persona. ¡Si hasta se duda que llegara a una elemental noción de la misma! Esto, sin embargo, no puede afirmarse de Santo Tomás, que dijo de la persona lo máximo que de ella puede decirse: «Persona significat id quod est perfectissimum in tata natura scilicet sub– sistens in rationali natura» 8 . Y, sin embargo, al razonar sobre el orden moral no tiene en cuenta, en un primer plano, a la altísima dignidad de la persona, sino el orden perenne establecido por Dios. Un canto al orden en prosa metafísica hace sonar su meditada Summa contra Gentiles. En la obertura del primer capítulo da el tema de esta sinfo– nía del espíritu con esta sentencia: «Sapientis est ordinare». Lógico, con esta sentencia ve Santo Tomás que al frente del mundo se halla un sabio ordenador. De él se dice en este primer capítulo: ,,Primus gutem auctor et motor universi est intellectus». Esta frase tan repetida -la leímos largos años en el frontis de un grupo escolar de esta ciudad de Salamanca- es la clave de bóveda del orden del universo, contemplando por la mente de Santo Tomás. En nuestros días su discípulo entusiasta, J. M. Ramírez, ha estructura– do este orden con exquisita precisión en su obra De ordine placita quaedam thomistica 9_ Dentro del campo moral, el orden da la pauta a la parte segunda de la Summa Theologica. Santo Tomás, al proponer el plan general de su obra, señala el tema de esta segunda parte con esta breve fórmula: De motu ratio– na/is creaturae in Deum. Este movimiento de la creatura racional hacia Dios debe seguir el orden establecido por Dios mismo. Y en observar este orden consiste la esencia de la vida moral humana. Para mejor alcanzar su meta se le ha dado al hombre la ley para dirigirle y orientarle. Brota, por lo mismo, la ley de la exigencia que tiene toda creatu– ra de alzanzar su fin. Y como Dios, con su ley eterna da a cada creatura su peculiar fin, se sigue de ello que esta ley eterna es la fuente última de toda ley cósmica-universal-humana. Por este motivo, al meditar el doctor sobre la 7 Cicerón, De Republica, 1, III, c. 32. 8 Summa Theo/ogica, I, q. 29, a. 3. 9 J: M. Ramírez, De ordine placita quaedam thomistica, Salmanticae 1963.

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