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DERECHOS HUMANOS EN FRANCISCO DE VITORIA... 193 l. ORDEN COSMICO, UNIVERSAL, HUMANO La apertura de la memorable encíclica Pacem in terris nos introduce de lleno en este gran t~ma del orden cósmico en toda su amplitud. Sus primeras palabras testifican que la paz deseada por todos tan sólo podrá establecerse sobre el orden establecido por Dios. De admirar es, anota a continuación, cómo los adelantos técnicos demuestran la grandeza de la obra creada por Dios, que obliga a cantar con el salmista: «¡Cuántas son tus obras, Señor, cuán sabiamente ordenadas!» (Salm. 104, 24). «Resulta, sin embargo, sor– prendente -sigue escribiendo la Encíclica- el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pueblos... Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Crea– dor ha impreso un orden que la conciencia humana descubre y manda obser– var estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigos de su conciencia» (San Pablo, Rom. 2, 15)» s. La lectura ulterior de la Pacem in terris pone ante los ojos que la digni– dad de la persona humana está muy presente en la misma, al formular de modo preciso y coherente los derechos humanos, tal como hoy deben respe– tarse y vivirse en nuestra situación individual, nacional, internacional y mun– dial. Y, sin embargo, en el punto de partida de esta formulación la enciclíca se sitúa dentro del orden universal y eterno establecido por Dios. La historia de las ideas constata que esta mentalidad prevaleció en los razonamientos de nuestra cultura en su fundamentación de los derechos humanos. En el plano cósmico, este orden eterno y universal halla formulación grandiosa en los últimos versos del himno de Cleantes a Zeus. En ellos canta el poeta estoico la «ley universal», a la que deben vasallaje tanto los hom– bres como los dioses 6 • En el plano moral, este orden eterno y universal lo atestigua la conciencia íntima. La encíclica recuerda el pasaje en que San Pablo testifica cómo la conciencia de cada uno percibe en su íntimo ser la presencia de esta ley. Anteriormente a este atestado del apóstol, la ejemplar mujer Antígona tuvo la heroica audacia de proclamar .esta ley eterna, no escri– ba en documento humano, sino en la propia intimidad. Y enfrenta, por pri– mera vez en nuestra historia, esta ley eterna con la ley temporal, dada por los hombres en la convivencia ciudadana. Es muy de notar para la marcha de nuestro estudio que en este primer conflicto entre leyes distintas no se men– ciona a la persona humana con su alta dignidad. 5 Ocho grandes mensajes, edic. preparada por J. lribarren, BAC, Madrid 1972. Juan XXIII, Pacem in terris, nn. 2-5, pp. 211-212. 6 C/eanthis carmina. Himnus in Jouem, v. 37-38.
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