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DERECHOS HUMANOS EN FRANCISCO DE VITORIA... 203 Este vocablo, subjetivismo, nos aboca al segundo motivo que puede expli– car el silencio de Vitoria acerca de la persona. No podemos pensar que éste entreviera la falsa trayectoria que sigue el subjetivismo moderno. Se encarna primero en el Yo religioso de Lutero. Asciende en el yo pensante de Descar– tes. Culmina en el Yo transcendental del Idealismo Absoluto. Mas este Yo, con pretensiones de mayúscula, se ha fragmentado a nuestros ojos en tantos yos como individuos personales. Este personalismo caótico parece hoy envol– vernos, amargando nuestro vivir. Por fortuna, ha surgido potente un persona– lismo cristiano que es actualmente una de nuestras mejores esperanzas por las sendas del pensar. Esta breve trayectoria histórica, dada en escorzo, hace sentir al vivo por qué nosotros tenemos preferencia por la persona en la defensa de los dere– chos humanos. El que éstos hayan sido tan conculcados en nuestro siglo es otro motivo ulterior y muy urgente. Pero si atendemos al punto de partida de esta trayectoria, advertimos que el subjetivismo protestante pudo incitar a que Vitoria se desentendiera de la subjetividad, aún legitima, de la persona en la defensa de los derechos humanos. A estos dos motivos añadimos una reflexión última. Nos la brinda la trage– dia de Sófocles, Antígona. Contra la orden, dada bajo pena de muerte, por Creonte, rey de Tebas, de no dar honra fúnebre al cuerpo de Polinice, pasto de los perros en la calle, Antígona habla con su hermana Ismene sobre la obli– gación que tiene para con su hermano. A los alegatos de Ismene, Antígona le da esta suprema respuesta: «Es mi hermano y también tuyo, aunque no lo quieras» 27 . Estas palabras de la heroica Antígona ponen en evidencia que el alto nivel moral de esta inolvidable tragedia no lo da la dignidad de la persona de Polinice. Es el vínculo de la sangre. Y desde este vínculo, enraizado en lo más hondo del ser de Antígona, ésta razona y obra con ejemplar heroísmo. Este recuerdo de la tragedia griega hace ver, contra exagerados persona– lismos del día, que las exigencias de la naturaleza son más amplias que las de la persona. Hasta poder afirmar que todo lo personal está inserto en la natu– raleza humana. Pero no todo lo que pide la naturaleza humana puede consi– derarse exigencia de la persona en cuanto tal. Por todo lo dicho nos parece haber puesto en clara luz la pregunta inicial sobre si Vitoria optó por los derechos naturales o personales. Con respuesta decidida hay que afirmar que defendió los unos y los otros, por implicarse □utua­ mente. Pero que en su razonar se atuvo a exponer, más bien, los derechos dados por la misma naturaleza humana. Ateniéndose a ella, razona, motiva y sentencia. ENRIQUE RIVERA DE VEI\TOSA 27 Sófocles, Antígona, v. 45.

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