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202 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA De notar es el fácil trasvase que se hace aquí del orden de la naturaleza a la dignidad de la persona humana, corroborado por cuanto a continuación se sigue escribiendo: «La naturaleza humana ha dotado al hombre de la razón y de la virtud para su defensa y perfeccionamiento frente a los medios pura– mente corporales con que dotó a los otros seres vivientes» 26 . De estos comentarios se deduce que Vitoria tuvo presente la alta digni– dad de la persona al razonar sobre los derechos naturales. Y de seguro leyó muchas veces, aunque apenas lo mencione, el texto citado de Santo Tomás, en el que éste juzga a la persona «id quod perfectissimum in tata natura». Y, sin embargo, sus razonamientos sobre temas morales los funda preferente– mente en las exigencias hondas de la naturaleza humana. Bien lo explicita el mismo R. Hernández, al mostrar cómo Vitoria contrapone al hombre frente a los demás animales, pues si a éstos la naturaleza los dotó de medios adecua– dos para protegerse y multiplicarse, dio al hombre la razón y la virtud. Tal diferencia entitativa motiva la esencial elevación del hombre. Y aquí se halla igualmente la raíz de todos sus derechos. Se da, por tanto, una clara ausencia de motivaciones fundadas en la per– sona humana, al exponer Vitoria en sus célebres relecciones las bases doctri– nales de los derechos humanos. Parece esto chocante desde nuestro clima mental. Y, sin embargo, nos parece muy explicable desde la historia de las ideas. Dos motivos influyen en Vitoria para silenciar, consciente o inconscien– temente, la dignidad de la persona humana al fundamentar los derechos huma– nos: el clima epoca/ y el subjetivismo protestante. El clima lo hemos señalado en el primer apartado de esta reflexión: orden cósmico, universal, humano. Era el clima en que respiraba Vitoria. En este clima la reflexión del teólogo tuvo que polarizarse al orden señalado por la ley: divina, natural, derecho de gentes... Es dentro de este mundo grandioso, ordenado por la ley, donde Vitoria se siente como en un templo para meditar en las sendas que ha de seguir el hombre en su caminar dentro de este orden divino y humano. En nuestros días se ha reído tanto «l'ordre établi» que resul– ta fastidioso para muchos contemplar a Dios como Ordenador. Pero no es cosa de hacer transferencia de nuestros fastidios a otras épocas. En la que vivía Vitoria se juzgaba primer deber moral aceptar el plan de Dios y tratar de cumplirlo. Además, dentro de este plan podían florecer todos los auténti– cos valores humanos. El naturalismo de Vitoria es en este punto contundente. Mas al razonar sobre tales valores, prefería verlos a la luz de la ley natural y eterna. La dignidad de la persona humana quedaba, en Vitoria, en segundo pla.no contra. lo que a.ca.ece hoy día. en nuestro clima. de ra.dical subjetivismo. 26 Ramón Hernández, 'Pautas sobre los derechos humanos en Francisco de Vitoria', en Revista Española de Teología 43 (1983) 118.
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