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198 ENRIQUE RNERA DE VENTOSA logica, enuncia este principio, punto de apoyo y de referencia del naturalismo de Vitoria: «Cun igitur gratia non tollat naturam, sed perficiat... » 17 . Según esto, la relación entre naturaleza y gracia no pide oposición y lucha, sino mutua complementariedad. Además, esta relacióh entre ambas es la que se halla conforme con el designio divino, que es al mismo tiempo creador y redentor. No hay, por lo mismo, afinidad alguna entre el naturalismo de Vito– ria y la teoría de la doble verdad. Siguiendo a su maestro, Vitoria cumple aquí la consigna: separar para unir. Damos también el calificativo de sano a este naturalismo de Vitoria por– que se atiene al plan divino, que pide intercomunicación entre naturaleza y gracia. Y esto volvemos a repetir que lo afirma Vitoria frente al naturalismo radicalizado, que sólo tiene en cuenta los poderes y exigencias del hombre, y contra el ultraespiritualismo político -y no-político- que se desentiende de las exigencias autónomas del orden natural. En la encrucijada renacentista de Europa, Vitoria mostró la vía media y equilibrada que el pensamiento y la praxis del mundo moderno debió seguir. b) La concepción optimista de la naturaleza propuesta por Vitoria mere– ce reflexión muy detenida. Nos hallamos aquí, más que en una encrucijada, en un conflicto de nuestra cultura renacentista entre católicos y protestantes. Estos, radicalizando la tesis cristiana del pecado original, juzgaron que por él la naturaleza humana quedó lastrada de incurable corrupción moral. Vinculado a la ortodoxia de la primera hora, el autorizado teólogo protestante de nues– tros días, George Crespy, mantiene con decisión que el hombre dejó, por el pecado original, de ser imagen de Dios, imagen que sólo por Cristo puede recuperar. Rehúsa hablar de naturaleza humana, por opinar que la Biblia des– conoce este concepto, pues el hombre, para ella, no es una esencia, sino un destino histórico 18 . Al intentar realizar el hombre su destino, toma siempre en su caminar un mal atajo, debido al pecado de origen. Este pesimismo pro– testante fue, en verdad, réplica lamentable del sano naturalismo tomista, que debió haber sido su iluminada rectificación. Acaeció, con todo, que cuando vinieron las luchas internas de las escue– las católicas en torno al probabilismo, los jansenistas aceptaron, más o menos íntegramente, el pesimismo protestante sobre la naturaleza caída. Y rehuye– ron comprender sus humanas exigencias. Recuérdese a Pascal, reprochando a su hermana las ternezas que tenía como madre cariñosa. Otra corriente, la de los defensores del probabilismo, no fue ta.n ra.dia.l. Pero es lo cierto que el a.mbiente a.ntijesuítico que se creó 17 Summa Theologica, I, q. 1, a. 8. 18 Gerge Crespy, Le probleme d'une anthropologie théologique, Faculté de la théo– logie protestante de Montpellier 1950, pp. 46-50.

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