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Ultimas peripecias de los premonstratenses de Urdax 75 cortedad diezmera con la casa de Roncesvalles; insuficiencia de sus rentas, tras la desamortización de 1774; ciertos los auxilios espirituales a los franceses en todo tiempo, sin exceptuar los de guerra, y los socorros del abad y canónigos a la tropa española; «que los franceses habían quemado del todo la villa, el monasterio, las dos ferrerías, el molino y todo lo que podía ser útil a la Comunidad y a los vecinos; añadió (Colomera) que eran vascongados todos los Religiosos sacerdotes y ésta era la causa de que en lo espiritual favoreciesen mucho a los franceses que en distancia de quatro leguas acudían de continuo al Monastº». Recomienda dicho virrey y capitán general del reino de Navarra el regreso de los premonstratenses a su casa solariega, luego que se firmen las paces, por el bien espiritual de aquellas gentes y por constituir con Roncesvalles la mejor atalaya fronteriza, desde San Juan de Luz a San Juan de Pie de Puerto, en distancia de veinticinco leguas, para observar los movimientos y prevenciones del vecino galo. d) La provincia de Guipúzcoa había acordado, en junta general de 9 de julio de 1794, vistas los informes del señor corregidor, de la diputación y de la villa de Azpeitia, apadrinar ante el Real Consejo la solicitud de los norbertinos de Urdax, con el fin de mejor conservar «la memoria y esplendor de tan devoto santuario de Sn. Ignº y un monumento que hacía tanto honor a la Patria y al Estado». Pasa el expediente al subdelegado de temporalidades, D. Manuel Doz, para que, en nombre de la provincia, haga saber al Real Consejo la situación del personal y rentas, el día de la expulsión. Informa en consecuencia el señor Doz que, aun cuando por el artículo 27 de la R.C. de 14 de agosto de 1768, había sido destinado el colegio de Loyola a seminario de misiones de la América Meridional, no se había llevado a efecto; que en 21 de enero de 1787 se había puesto a disposición del obispo de Pamplona «lo material de los edificios», no su mobiliario ni sus alhajas; y que había respondido su Ilma. que para la simple conservación de la fábrica se necesitaban de cinco a seis mil reales de renta; y que «se le facilitase la Librería y demás alhajas que pudiesen ser oportunas para la más útil y provechosa aplicación del Colegio; que por lo respectivo a los libros de D. Manuel Munita, comerciante residente en esta Corte, había solicitado (dicho señor obispo) se le vendiensen los existentes en los colegios de Bilbao y de Loyola». Las alhajas eran muchas y valiosas; pues ni se habían vendido ni enajenado, pese a la circular del Real Consejo de Castilla, de 28 de

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