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INICIATIVAS REFORMISTAS DESDE EL NUEVO REINO DE GRANADA 217 de La Habana, el año de 1715, en conserva con la escuadra de don Juan de Ubilla, un deshecho temporal que les sorprendió en el canal de las Bahamas, desbarató (y en opinión de Escobar, aniquiló) toda la formación. No tuvo mejor suerte el registro de Sangronís, al que fue con– voyando el navío de guerra El Príncipe, en el que navegaba don Antonio de Padrosa, consejero togado y visitador general de la tierra peruana. El fue quien, por especial comisión, erigió por vez primera el virreinato del Nuevo Reino de Granada (año 1717), cuyo gobierno se encomendó a don Jorge de Villalonga, comandante general del fuerte de El Callao. Al socaire del mismo, cabe el Real Felipe, se mantuvieron, hasta el año 1722, cinco navíos franceses, que, so pretexto de abaste– cerse de víveres para continuar viaje a China, invadieron con sus tejidos la costa peruana, a cambio de fuertes sumas cuyo normal destino no era otro que Portobelo y la flota de galeones. Precisa– mente ese año de 1722 se cerraba su feria, abierta en 1720, con el concurso novedoso y demoledor del navío de permiso britá– nico, concedido por España en los tratados de Utrecht. Acudió aquel Real Jorge y acudieron otras 18 ó 20 embarcaciones extran– jeras, «baxo de capa de ser lexítimos españoles» (8). Por angustiosa que llegara a hacerse la situación del real era– rio, bien puede uno felicitarse de los muchos obstáculos que im– pidieron la celebración periódica de la feria de Portobelo; pues que, entre «la inundación de embarcaciones tratantes extrangeras a barlovento y a sotavento» (9), las extorsiones del navío británico de asiento, y los fraudes del navío inglés de permiso, amenazaban con arruinar los mismos veneros de metales preciosos. Convienen Antonio Ulloa y Rafael. Escobar, contemporáneos de aquel sistema comercial, en que el británico se alzaba en la feria de Portobelo con la parte del león (y no solamente con su emblema): sin riesgo de tormentas ni de corsarios, por la proximidad de la isla de Ja. maica; sin el recargo fabuloso de un convoy armado que hidera la travesía atlántica; y pertrechado su navío con un cargamento totalmente negociable (sin víveres ni aguada que compartieran su bodega), superior a la mitad de lo transportado .por los mercantes peninsulares; porque aun cuando el flete autorizado fuera de 500 to– neladas feria, no sintieron escrúpulo los mercaderes de Albión en cargar hasta 900, por simple trasbordo, a la vista misma de Por- (8) ldem, fol. 176v. El doctor John Burnett ratifica esa práctica depredadora de los extran– jeros que introducían sus propias mercaderías,. como si procediesen de los navíos españoles. Elena F. S. de Studer, La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, Buenos Aires, 1958, págs. 198 ss. (9) Escobar [4], fol. 795.

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