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216 EULOGIO ZUDAIRE HUARTE cían su ruta ferial el gobernador y capitán general de Panamá, un oidor de la real audiencia y un oficial real de cuentas. La flota de galeones zarpaba de Cartagena a Portobelo no bien se recibía el aviso de haber fondeado en Panamá la real armada de El Callao. Y en la plaza principal de Portobelo, inmediata a la oficina de contaduría, los maestres de los navíos montaban con las velas de las embarcaciones las barracas precisas para almacén y muestra del cargamento peninsular. A bordo de la nave capitana y en pre– sencia del comandante de la armada y del presidente y capitán general de Panamá, en fuero de jueces conservadores, iban con– certando los diputados de ambos comercios, español y americano, el precio de los géneros y efectos de Castilla y de los frutos tro– picales. Se publicaban por bando los convenios firmados y se abría el plazo de contratación. Salvo circunstancias muy especiales, en el término de sesenta días «se celebraba la feria más afamada del mundo», en la que el montante de las transacciones llegó, a lo largo del siglo xvn, a 30 y aun a 50 millones (5). Opina Escobar que con la ocupación de Cartagena por el ba– rón de Pointis (año 1697) se perdieron unos diez millones de pesos de la feria precedente (año 1696); Bartolomé Tienda de Cuervo cifra esa pérdida en 20 millones (6). Continúan las desventuras de la feria de Portobelo; hasta su extinción con el renacer del Nuevo Reino de Granada (años 1739- 1740). Hacia el año de 1701, la Real Compañía Francesa de Gui– nea «anega con las ropas» los mercados del Caribe y del Mar del Sur, al amparo de su franquía para la importación de negros bo– zales. Y hasta el de 1706 (en plena guerra de sucesión española) no se despachan otros galeones que los del conde de Casa Alegre, don José Fernández de Santillana, que, después de celebrada la rumbosa efemérides, perdió entre Portobelo y Cartagena todos sus navíos (excepto la nave almiranta), con el «considerable grueso» de las compraventas realizadas. Solamente la embarcación del conde de Vegaflorida, que se rindió desarbolada, al vicealmirante inglés Wagel, transportaba cinco millones en oro y plata sellada (7). En 1712 fue sustituida la tradicional flota de galeones por unos navíos de registro concertados con don Antonio de Echeverz, para alivio de las provincias peruanas y santafereñas, necesitadas de géneros y efectos de Castilla. No le fue posible regresar luego de concluida la feria, porque corsarios ingleses y holandeses infesta– ban las aguas del Caribe. Cuando por fin abandonaron el puerto (5) Idem, fol. 781v, (6) B, Tienda de Cuervo, Informe del 20 de agosto de 1734. AGI, Santa Fe, 572. (7) Escobar, Informe, descrito en nota 4, fols. 793-794.
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