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346 EULOGIO ZUDAIRE prendió el desolador terremoto del 13 de mayo de 1784. Dur6 aquel movimiento sísmico no menos de cuatro minutos intermitentes,. con intensidad aproximada de 11 grados Mercalli y un radio de 1.000 kilómetros. El bachiller don Juan Domingo de Zamácola y Jáuregui, cura de Cayma (diócesis de Arequipa), individuo de la Real Sociedad Vascongada, escribió una relación puntual y verídica de los estragos. « En el día 13 de mayo, jueves, a las dos de la mañana, se sentió un movimiento de tierras sin mayor violencia pero de regular ruido. A las 5 hubo otro que sirvió de prevención a muchas personas que se incorporaron y levantaron». Pasadas las 7,30 horas « tres movimien– tos se reconocieron sensiblemente: el primero de un vaivén igual, fuerte y ruidoso, que dio tiempo a que se librasen las gentes; duró· como dos minutos. El segundo en forma de remolino. Estábamos viendo desgranarse los edificios, saliendo los sillares del medio de las paredes y moviendo toda la fábrica; duró cerca de un minuto. El tercero fue como un trueno de abajo para arriba, que hizo hervir toda la tierra como medio minuto y éste fue el que todo lo destruyó ». La ciudad quedó arrasada, salvo tal cual casa y algún notable edi– ficio, como la iglesia de los jesuitas expulsos; en la catedral se hundió la bóveda, con total demolición « de su pulida fábrica de· cedro y, lo más sensible, el órgano ». En total, 59 iglesias arruinadas o con daños irreparables; 1633 casas totalmente asoladas; 729 que hubo que demoler; 324 reparables y varias otras maltrechas. « Los habitantes formaron toldos, carpas y barracas en las plazas, calles y huertas, la mayor parte retirados en las chacras y campos y culti– vos. Todo era asombro, pavor y miedo ». Se dispensaron todas las proclamas y se casaron 460 personas en la catedral, en aquel día que todos pensaron fuera el último. Murieron 52 entre las ruinas. El 30 de mayo se recibió carta, fechada en Moquegua · el 29, del obispo fray Miguel de Pamplona, con noticias proporcional– mente tan catastróficas como las de Arequipa. El pueblo atribuyó a Nuestra Señora de Pampacola, cuya imagen se había encontrado por aquellos días, que el desastre de Moquegua no hubiera sido más irreparable, singularmente respecto de vidas humanas. Y se enar– decieron en s'u fervor. Fray Miguel vio un castigo del cielo en tan terrible estrago y ordenó tres días de riguroso ayuno y en cada uno de ellos alguna procesión de sangre, es decir, con flagelantes. « Dicho señor [obispo] esmeró en ella, lo qu~ edificó mucho a los habitantes de la villa». El domingo, día 6, hubo dos temblores, más intensos que los que a diario venían sucediéndose desde el infausto 13 de mayo. « En ese día salió la procesión de la ramada de Santo Domingo, con el Santo Cristo de la Vera Cruz, Nuestra Señora del Rosario y el Santo Patriarca, con mucha edificación
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