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FRAY MFGUEL DE PAMPLONA 34J. gobernador que había sido de Pamplona, como don Juan González y Valor, habrá sin duda de achacarse a la maligna « enfermedad mortal » que dice, en su carta a Carlos III, haber padecido. Cuando llegó al Cuzco estaba ya amaestrado sobre su lance diplomático. En la Ciudad de los Reyes le habían prevenido el virrey, el visitador Escobedo, el fiscal Cerdán y algunos otros, que no sosegaría la diócesis cuzqueña mientras no se arrancase de allí al obispo Moscoso; y no menos de otros tres sujetos « que no pueden dexar de saberlo», le habían insistido sobre la conveniencia de su traslado a otra diócesis española, si aquella diócesis y el reino entero del Perú habían de recobrar la tranquilidad. Dolía profundamente a fray Miguel que sobre aquel otro obispo,. su hermano, se vertiese la « calumnia » de haber sido causa del segundo levantamiento, el de José Gabriel Condorcanqui. Pero· aceptó como razonables y dignas, aunque nada fáciles de insinuar, las sugerencias que la Real Audiencia y el principal pesquisidor en el juicio contra los rebeldes y supuesto enemigo de Moscoso,. don Benito de la Mata Linares, le habían venido haciendo: que con suavidad y cautela le animara a que voluntariamente pidiera al rey su traslado. Escuchóle fray Miguel con larga paciencia cuantas defensas y apologías de sí mismo quiso hacer el obispo Moscoso, al cual res"' pondió finalmente: « que esto no obstante sabía. que de la Corte se había escrito a Lima: Vds. tienen en muy buena opinión al Obispo del Cuzco y no le tenemos en tan buena aquí; y que así pudiera ser que lo llevasen a España por premio o por castigo ». Que lo más cuerdo parecía que solicitase él mismo, mediante sus. apoderados, un obispado en España, « para salir de una vez de entre sus calumniadores». Holgóse mucho el obispo Moscoso por aquella coincidencia con sus viejos propósitos, que varias veces había hecho patentes al visitador general don José Antonio de Areche. « Y aquella misma noche dixo en su casa que yo le había aconsejado muy bien y que por fin se iba a España ». Al día siguiente presentóse en casa del corregidor del Cuzco, en la· que estaba alojado fray Miguel, con algunas de las cartas que se habían cruzado entre ambos, Moscoso y Areche. En ellas no• solamente se le ofrecía el visitador a ser su agente y procurarle un obispado en Andalucía, sino que le aconsejaba que, sin más dilación,. pasase a postrarse a los pies del rey y a informarle, como testigo ocular, de lo acaecido en la rebelión pasada. « Pero, quién creyera que acabadas de leerme las dichas cartas y con lo convenido y publicado el día antes me dixese: Pues no obstante esto, yo no,

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