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FRAY MJ>GUEL DE PAMPLONA 297 .das las cautelas que la delicadeza del asunto requería», a reclutar partidarios entre sus compañeros de hábito que más confianza le inspiraban, para establecer en su provircia uno de aquellos conventos de retiro, en que gozaran primacía la mortificación, el silencio, la oración, la docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo, sin temo– res ni respetos humanos, y la perfecta vida común. Por el mes de noviembre del 61 se entrevistó en Parma con su madre, la cual debió de gestionarle y a~canzarle del duque, el infante ,don Felipe de Borbón, una residencia en sus dominios para con– vento de retiro. Pero en Parma, como en Roma, como en las pro– vincias de Génova y Calabria, como en Francia, Austria y Polonia y, aunque más tardíamente, como en España, fracasó aquel fermento de reforma, ardientemente promovido desde su generalato por el P. Pablo de Colindres. Los superiores provinciales, salvo excepciones, <lebieron de juzgarlo más corrosivo que de interés comunitario 18 • No les pareció fueran tales los miasmas de relajación que no pu– .dieran remediarse sin aquella « innovación innecesaria y hasta escan– dalosa para los seglares ». No nos parece que aquel fracaso desprestigiara lo más mínimo ,al P. Miguel, cuando el movimiento de reforma procedía o al menos estaba impulsado por la más alta jerarquía de la Orden; pero sí que pudo ser causa de muchas desazones y de no pocas molestias con el triunfo de la mayoría, en la que habían militado súbditos y superio– res. Pero esto no basta y menos a diez años de distancia para explicar -otra extraña decisión: el cambio de provincia. Si, como resume el P. Pobladura, « la piedra de toque de la tribulación reveló los ele– vados quilates de su virtud», no había por qué desertar del campo. Alega Bocairente que fue su intento « huir la carga episcopal, cuyo honor se le preparaba en Toscana ». Puede estar en lo cierto, por el mucho trato que el pai'.~egirista mantuvo con fray Miguel; pero los elo– gios encendidos siempre despiertan sospechas. Escribe el cronista de la provincia capuchina de Valencia, P. Al– baida, que al trasladarse a Madrid la infanta doña María Luisa, como prometida del príncipe Carlos (IV), le acompañó su aya, doña María Catalina, madre de fray Miguel. Celebróse la boda de los príncipes 18 La nutrida aportación de datos que sobre la egregia figura del que fue ministn, general de la Orden (1761-1766), Pablo de Colindres, nos ha ofrecido el P, Melchor de Pobla– dura en el art. cit., 53-73, 150-179 y en otro trabajo Seminarios de misioneros y conventos de perfecta vida común. Un episodio del regalismo español (1763-1785), en Coll. Franc. 32 (1962) 271-309, 397-433; 33 (1963) 28-81, se completa con e'. tra·:,ajo monográfico del P. BUENAVENTURA DE CARROCERA, O.F.M.Cap., El Rmo. P. Pablo de Colindres, general de la Orden Capuchina {1696-1766). Perfil biográfico selectivo, en Col/. Franc. 36 (1966) 243-306. Considera el P. Carro– cera que los conventos de retiro instituidos por el P. Colindres en España a título de « se– minarios o colegios de misioneros >> son una e>:cepción {{ ·en ese mediano fracaso » ( art. cit., 274).
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