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2 E. ZUDAIRE HUARTE todo su valle, más los condados de Bornio y de Chiavena, en poder del duque de Roban, que avanzó al mando de un ejército formado por fran– ceses, suizos y grisones; y aunque las maniobras de Leganés y los reitera– dos triunfos del conde de Cerbellón (o Zerbellone) le recluyeron en aque– llos desfiladeros, la amenaza continuó cerniéndose sobre nuestras posicio– nes italianas, no más seguras que las luxemburguesas. La presión que se ejercía sobre Milán, principalmente después de la indecisa batalla del Tes– sino, las urgentes llamadas del cardenal Infante, las rizas en el Franco Condado, acuciaban angustiosamente al monarca espafiol y a su valido, dispuestos a intentar algo más eficaz que la aventura de las islas de Le· rins, recuperadas aquel mismo año por el francés, y que la empresa de Gascuña, acometida con tanta languidez por el cortesano marqués de Valparaíso y continuada con tanto desmayo por el duque de Nocera o Nochera. Desde años atrás se venía discutiendo en Consejo de Estado la preci– sa necesidad de intentar alguna escaramuza por el mediodía francés, más que para descongestfonar ningún frente, para dar aliento y eficaz apoyo a los partidarios del duque de Orleans. El viejo principio «divide y vence– rás» no era en este caso una mera acomodación maquiavélica: Francia ha– bía entrado en el Luxemburgo y degollado un tercio de alemanes y había asentado sus reales dentro de nuestros dominios flamencos. El Consejo de Estado había definido aquella brutalidad como un •casus belli•, mejor aún, como rompimiento de guerra por parte del francés. Consultó el Rey con los diversos Consejos (Castilla, Portugal, Aragón, Italia}; pero aquella Junta se disparó en •gran diversidad de votos•. Si el delito era grave y punible, la falta de hombres y de recursos obligaba al disimulo por el momento,1 aunque sin perder de vista el complejo plutó– nico francés. Puesto que en el Languedoc parecían latir soterrados tantos ímpetus de revuelta, la política más elemental aconsejaba que se fomen– tasen o se apoyasen contra quien tantos enemigos nos suscitaba en nues– tros dominios europeos y de nuestros aliados los Austrias alemanes. CONTRAOFENSIVA Nuestros sesudos consejeros de Estado juzgaban más acertada una guerra lejos de las fronteras peninsulares, v. gr., en Italia, como lo hizo 1 Archivo General de Simancas, Estado 2650. Consulta del 29 de enero de 1632. 86

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