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68 EULOGIO ZUDAIRE HUARTE 8. EL RIGOR DE LA JUSTICIA La ejecución de las penas se ajustó, como el zapato a su horma, al enunciado literal de la sentencia. «El viernes 18 de mayo de 1781, des– pués de haber cercado la plaza con las milicias de esta Ciudad del Cuzco, que tenían sus rejones y algunas bocas de fuego, y colocado una horca que tenía cuatro caras (o pies), con cuerpos de mulatos y soldados huamanguinos, arreglados todos con sus fusiles y bayonetas caladas, salieron de la Compañía (antiguo colegio de jesuitas) nueve sujetos que fueron: Diego Berdejo (español de Macari), Andrés Castelo (capitán indio), Antonio Oblitas (zambo o mulato), Antonio Bastidas (cuñado de José Gabriel), Francisco Tupac Amaru (tío del mismo), Tomasa Condemaita (cacica de Acos), Hipólito Tupac Amaru (hijo de José Gabriel), Micaela Bastidas y su marido José Gabriel Tupac Amaru. «Todos salieron a un tiempo y unos tras otros venían con sus gri– llos y esposas, metidos en unos serones de éstos en que se trae hierba del Paraguay, atados a la cola de otras tantas bestias de alabarda.» A voz de pregonero se publicó que aquella era la justicia que hacía el rey en tan pérfidos delincuentes. Les ac;ompañaban varios sacerdotes. Un piquete de granaderos, a las órdenes del comandante de milicias Simón Gutiérrez, hacía de escolta. «Llegaron todos al pie de la horca y se les dieron por medio de dos verdugos (Felipe Quinto y Pascual Orcohuaranca) las siguientes muertes: a Berdejo, Oblitas, Castelo y Bastidas se les ahorcó llanamente; a Francisco Tupac Amaro, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojar– los de la escalera de la horca; y a la india Condemayta se le dio garrote en un tabladillo que estaba dispuesto con torno de fierro, que a este fin se había hecho y que jamás habíamos visto por aquí. .. El indio y su mujer vieron con sus propios ojos el suplicio de su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca... Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo a presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio garrote.» Se prefirió el suplicio del garrote con ambas mu– jeres, «por su sexo y consultando a la decencia», según había prescrito el visitador Areche (132). En las Cortes de Navarra del año 1780 se (132) Añade este cronista, no sé si con intención de tragedia griega o de anti– patia española, que, como la india tenia el cuello tan delgado, el garrote no lograba ahogarla; y que «fue menester que los verdugos, echando lazos al pescuezo, tirando

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