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26 EULOGIO ZUDAIRE HUARTE sus 'd8nvocatorias se redujo ladinamente a concentrar indios con sus caciques en Pomacanchi para el cumplimiento de ciertas órdenes recibi- . das sobre la extirpación de «ciertos desórdenes que se notan» (28), luego de fracasado su secuestro del corregidor de Quiquijana ataca a todos ellos indistintamente por una supuesta autorización en él dele- • gada «para extinguir corregidores de todas las provincias», a los cuales aplicará «todo el rigor de la justicia haciendo de modo que sean des– trozados enteramente» (29). En consecuencia, intima a los caciques de Chilques y Marques e Paruro, a los de Chumbivilcas, Lampa, Azán– garo, Arequipa, la obligación que tienen de arrestar a ~su respectivo corregidor «por gravísimas causas que ahora no se expresan» y rete– nerlo bien argollado hasta disponer de su suerte. Y fueron precisamen• te algunos de sus caciques, como los Choquehuanca o Valeriano Beja– rano, quienes les dieron el aviso· oportuno para que salvaran la piel con la huida. Los corregidores, aunque muy superiores en jerarquía y rango so– cial a los corchetes y ministros del agarro de la picaresca española, tuvieron generalmente tan mala prensa como ellos. ¿Por qué antes de pronunciar cualquier veredicto no se contempla el desfile de. aquellos cuya actuación nos es más familiar? Los corregidores criollos Joaquín de Orellana, Manuel de Villalta, Abellafuertes, Laysequilla, el marqués de Rocafuerte. Si tal cual ráfaga neblinosa cruza el historial de un Pedro Centeno o de los coroneles Baltasar de Sentmenat y Guerrero Mamara por sus procedimientos de cobranzas, en su tiempo vjvieron un Francisco Sánchez Salcedo, de quien fío enteramente Diego Cristó– bal para su rendición por amigo leal; el capitán Francisco de Cuéllar, al que se confía el gobierno de Tarma, porque nadie había presentado querella contra él en el juicio de residencia por su anterior corregimien– to; el capitán de infantería O'Kelly, al que los indios quieren retener por su esplendidez y generosidad, y el capitán de fragata Vicente Ore Dávila, en cuyo derredor se apiñan los indios como guardianes de su persona. Si el resto fueron malandrines, belitres y truhanes, habrá de ventilarse en el palenque. (28) «Don Josef Gabriel Tupa Amaro, Juez comisionado por el Señor Dn. Josef Antonio de Areche...»: AGI, Cuzco, 33, «Quaderno Primero», fol. 63 (orig.); copia: AGI, Lima, 665. Tungasuca, 10 de noviembre de 1780. (29) A los caciques del pueblo de Paruro, Tungasuca, 16 de noviembre de 1780: AGI, Cuzco, 33, l. c., fol. 104; ibíd., a los de Velille, Lampa...

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