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( 1\N'OT1\CIONJ,;S CRÍ'l'!CAS ••"'H•••••••••• ..•••••..••.. ••••u•.........,...,,,..,....."" ........................••••••••••....•••.. ••••~•••••uu•••--••••••••••nn•••--••••••••••••••••••••"" •••• • " "" ••"U•••••--••• de muertoi:¡ olvidan el bisturí y las recetas; el mártir San Teodoro obliga a los ladrones a restituir lo robado, y si no accede inmediatamente a la peti– d6n de sus devotos es por que se halla entretenido en llevar el alma de algún santo al cielo. Con harta frecuencia hablan de incubación cabe la tumba del mártir, al modo pagano del templo de Esculapio en Epídauro. Por burlona que pueda parecer nuestra apreciación, no es injusta, pues no hay que dar valor histórico a lo que es simple invención. No hay por qué tildarles de falsarios, aunque muchos de aque1los noveladores lo me– rezcan, sino que se les debe estudiar en razón del propósito que les movió, harto diferente del de cualquier historiado moderno; esto es, debe estudiarse su género literario. Entre las causas que motivaron aquella floración hagiógrafa y noveles– ca debe citarse en primer término la avidez de los fieles por conocer la historia de sus santos protectores. Durante la Edad Media comienza a exten– derse a otras iglesias el culto hasta entonces reservado a la que poseía las reliquias del santo. Y como de muchos (v. gr., los mártires anteriores a San Dámaso) apenas quedaba sino la tradición y de otros ni aun eso, apelábase con la intención más devota a todos los recursos, sin reparar en interpola– ciones ni anacronismos: Hilduino confundió al San Dionisio de París con el Dionisio An~opagita. Autores hubo (en el Monumenta Germaniae Historica pueden hacerse algunas confrontaciones) que endilgaron los mismos episo– dios y milagros a diversos santos que sólo diferían entre sí por el nombre. Y aun llegaron a cristianar leyendas paganas, como la afortunada de Bar– laan y J osafat, tomada de la leyenda de Buda y metamorfoseada en cristiann por el monje Juan de San Sebas (erróneamente se atribuyó a San Juan Damasceno). Con esto se formaba una especie de "corpus" de la vida del santo; y con varios de esos "corpus" se constituía un santoral (v. gr., el Pasionario de Cardeña, en que se retocaron las fuentes originales). Los monasterios se in– tercambiaban vidas de santos con mayor afán que los mercaderes sus mer– caderías. Y de ellos se hacían, con detrimento de la historia, las más de las veces, vidas abreviadas para fomentar la devoción de los fieles. Pué también causa de modificaciones la necesidad de adaptarlas a las lecciones del Breviario y al "cursus" y "modulatio" con que el lector ha– bía de recitarlas. Téngase presente que hasta la invención de la imprenta no se conocieron ediciones típicas, impuestas por la autoridad romana, sino leccionarios aprobados por la autoridad local, más atenta a las conveniencias litúrgicas que a la fidelidad documental. Añádase a esto el destino especial, que, según anota Alcuino en su Vida de San Wilibrordo, se daba a estas leyendas áureas: la oratoria sagrada, las "collationes" o charlas edificantes de los monjes y las trovas juglarescas, a todos los cuales interesaba singular– mente ]o pintoresco y lo parenético. Categoría privilegiada constituyeron en la Edad Media las vidas escritas con vistas a una canonización, porque entonces se acicalaron mejor las prue– bas de heroicidad de virtudes y se buscaron testigos fidedignos de Ios mi– lagros.

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