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545 rra para quienes no pueden preciarse de especialistas consumados. En ella se inspiran estos séndllos comentarios. El kdor español se sentirá honrado al comprobár que son fuente hagio– gráfica de primer orden el Calendario de Carmona (grabado sobre piedra en el siglo VI), descubierto. y publicado en 1909, así como los múltiples ca– lendarios mozárabes editados por Dom Férotin. Y el espíritu sobradamente ,cándido e ingenuo sentirá cie1~to hormigueo y desilusión al verse obligado a confesar que una parte de su Flos Sanctorurn fué producto de las piadosas tendencias de nuestros medievales o de su ignorancia disculpable, pues no contaban ellos con elementos suficientes para percatarse, v. gr., de que no todo "sanctus" inscrito en un sepulcro es sinónimo de mártir o de varón perfecto, ya que los paganos aplic~on este apelativo a sus dioses y a algu– nos emperadores, y los cristianos a cuantos hubieran pertenecido al cuerpo .clerical y á muchos laicos, de acuerdo con la expresión paulina. Y de áhí proceden santos como San Latino (24 de 1i1arzo), lln Flavio Latino de Bres– cia, al cual erigió un sepulcro su sobrina; y Santa Placidia (11 de octubre), de quien sólo se sabe que era una joven letrada. de Verona (instructa iit– teris). Los medievales, tan ajenos al concepto actual de la Historia, considera– ban en cada mártir, no la persona ni su testimonio, sino al prototipo. De ahí que poco les inquietaran los testimonios fidedignos, cuando podían ex– plotar, en larga vena, las interminables invenciones y acumularlas sin escrú~ pulo, en torno de cualquier testigo de sangre. · Esto dió lugar a varios ciclos, bien por agrupaciones de mártires en de- rredor de otro más conocido, v. gr., en el cortejo de San Sebastián, bien por temas de predicaéión moral (a. veces de tendencia sospechosa de encratismo beterodoxo), como en el caso de la virginidad conyugal: v. gr., el relato legendario de Santa Cecilia, bellísimo literariamente, pero antijurídico en. la ejecución de la sentencia y derivado de un episodio de la persecución van– dálícá en Africa (siglo V), o el de la fuga de la mujer disfrazada de hombre á un :monasterio de vai'ones (Santas Eugenia, Margarita, Marina, etc.) cuan– do n.i siquiera existían monasterios; como hay ciclos de mártires que re– micitail para sufrir nuevos martirios (Sa:t\tos Pafnucio y Jorge) y ciclos de anacnóresis, al estilo de la novela bizantina (v. gr., la odisea del supuesto general romano Pacidas, con toda la leyenda, hecha también cíclica, del ciervo y el crucifijo, del llamado desde su martirio San Eustaquio). · Narraciones y cuentos antiguos, como el anillo de Polícrates, referido por Heródoto, el cuento de la piel de asno y la propia leyenda del Hipólito griego, y el llamado complejo de Edipo dieron pábulo a los mixtificadores para las más extrañas creaciones martiriales. Sin la intervención de la cu-. ria romana, tendríamos una santa Rosana, arrancada de Flores y Blancaflor., Verdad es que a veces fué tan afortunado el narrador que de él deri-. yar.on las más vigorosas creaciones humanas, como en el caso de San Ci– priano, que llega a pactar con el diablo para alcanzar el amor de Justina (Fausto, Et mágico prodigioso., etc.). El eminente crítico P. Delahaye dió el denominativo de Pasiones épicas a una larga serie de relatos martiriales, · en que. el narrador fué tan libre

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