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544 l'R. t. Zl/!J,\IRF., O. 1'. l\{. CAP. tirologio Romano, heredero de los martirologios medievales, como temera- 1·io echar sobre la autoridad eclesiástica la responsabilidad de los errores que eri él se contienen. La infalibilidad de la Iglesia no queda comprometida por inserciones que, como declaró Benedicto XIV, proceden de colecciones par– ticulares, sino por las canonizaciones formales." Y, en efecto, el Martirologio Romano se funda en el de San Beda el Ve– nerable, de los más valiosos, sin las desdichadas enmiendas de Floro, en el je– ronimiano y en una serie de fuentes hagiográficas, no siempre limpias y trans– parentes. Para lo referente a España sirvióse Baronio del Flos Sanctcrn.mi de Alonso de Villegas y del Thesaurus concionatorum de Tomás de Trujillo,. obra de innegable tendencia parenética. Por su parte, el mal llamado mar– tirologio jeronimiano (puesto que no es de San Jerónimo), base de todos los martirologios medievales y modernos, dió origen a dos familias de có– dices, tan desafortunados que los críticos contemporáneos apenas si, u·as es– fuerzos gigantescos, llegaron a una hipotética fijación del texto primitivo. Algunos copistas, demasiado sabios, en lugar de atenerse a la fiel transcrip– ción, juzgaron oportuno interpretar las cuantiosas abreviaturas, con lo que trabucaron nombres de santos, de ciudades, de iglesias y cementerios. Al (= alibi) leyeron Alexandriae; Ci (miterium) interpretaron civitates; niil (iaria), abreviatura de distancia, se convirtió en una nueva legión de sol– dados mártires (milites); (Ti)motkei, leído Mathei, dió origen a una fiesta de San Mateo el 21 de mayo; Nartzalo, mártil ciliciano, transformóse en Na– zorio; Perinthi, ciudad de Tracia, también llamada Heraclea, transformóse en el San Parente del 8 de julio. Lo lamentable del caso es que el copista, en su anhelo de armonizar los diversos códices, embrolló mucho más el Santoral, como cuando, al toparse con notas y acotaciones imbricadas unas en otras en torno a un nombre propio, veía un santo diferente en cada variante literal o el nombre de un mártir le sugería el de todos los compañeros de otro homónimo. Así, en tor– no de Santa Felicitas de Cartngo, se reproduce la leyenda de los siete hijos. mártires de la Santa Felicitas romana (véase íO de julio y 9 de enero, en que se nombran algunos de ellos). Grupos de investigadores, entre los que destacan los Bolandistas y los Benedictinos, luchan, en titánica porfía, por desbrozar selva tan enmara– ñada y por limpiar de su ganga lo que de metal fino pueda contener el mar– tirologio primitivo, en su parte legendaria. Estudios definitivos son los que se publican al frente de los Acta Sanctorum, las monografías de los PP. Gref– fier y Delahaye, los trabajos críticos de Dom Quentin y la espléndida sín– tesis publicada recientemente por el canónigo Aigrain (!),historiador nota– ble por su obra Ecclesia, por sus artículos en los Diccionarios de Teología, de Arqueología y de Liturgia, por sus trabajos sobre epigrafía cristiana y por sus otros estudios hagiográficos. Con verdadera fruición se lee su obra L'Hagiogmpkie, no sólo por el vigor de síntesis con que ha sabido resumir un tema tan complejo, sino también por las m1lchas novedades que encie- (1) AIGRAIAN, (René): L'Hagiogra.phic. Ses Soufces, Ses lvléthodes, Son Histoire. Bloud et Gay, París, 1953, 415 páginas.

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