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Anotaciones / . cr1t1cas I EN- TORNO A LA REFORMA DEL SANTORAL ROMANO Aunque en ninguna época de la Historia hayan faltado a la humanidad personas de agudo sentido crítico (en plena Edad Media, prototipo de credu– lidad, hubo un Juan de Salisbury, un Santo Tomás,. un Rogerio Bacon), fué en el Renacimiento cuando el espíritu realista, nacido de la burguesía, de los inventos y de los descubrimientos geográficos, rebrotó con una mayor amplitud lógica y antológica. La Iglesia no podía ni tenía por qué sustraerse a aquellas nuevas corrien– tes, y si bien aquel empuje tridimensional (teología, antropología y cosmolo– gía críticas) derivó sesgadamente a nuestro escepticismo contemporáneo., invadió asimismo los caminos rectos y por ellos discurrió una riquísima por– ción del pensamiento y del arte europeos. Ese afán de revisión y el genuino y legítimo deseo de establecer la ver- . dad de los hechos llegó a afectar al propio Santoral de la Iglesia: Grega– rio XIII, que acababa de reformar el calendario juliano, quiso coronar su obra con una reedición corregida del Martirologio. Desde el siglo IX venía prevaleciendo el martirologio francés del monje Usuardo. En 1584, Grego– rio XIII dió el refrendo oficial a la tercera de las ediciones publicadas ·por Baronio, según consignas pontificias. El esfuerzo realizado por el futuro car– denal fué gigantesco y valioso. Mas aunque su erudición fuera prodigiosa y su honradez histórica y su agudeza crítica excepcionales, no podían exigír– sele aciertos que superaban todas las disponibilidades de su época. Multi– plicáronse las ediciones, entre las cuales merece destacarse la de Benedic– to XIV, que, en la revisión excluyó del Santoral a Clemente de Alejándrí.a y al biógrafo de San Martín, Sulpicio Severo, e incluyó, en cambio, al Papa Siricio. Las ediciones posteriores son simple reproducción de la de Benedic– to XIV, salvo los consiguientes aumentos más alguna modificación cronoló– gica que Dom Quentin criticó briosamente, instigado por el propio Pío XI. Como en ninguna de ellas se introdujeron variaciones fundamentales res– pecto de la de Baronio, deslizáronse leyendas hagiográficas por él admitidas ingenuamente. Que la Iglesia no ignoraba esos errores, algunos de ellos pa:. tentes a los simplemente iniciados, mostróse en las fórmulas de aprobación y en la institución de una Comisión litúrgica, (1901), refundida por Pío XI en la sección histórica de la Congregación de Ritos (a. 1~3i). "Tan impru– dente sería-advierte Dom Quentin~defender a ojos cerrados todo el Mar-
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