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268 L.IRIARTE 4. CLARA, PRIMERA MUJER «FUNDADORA» Ella rehusó siempre ser tenida como fundadora aun de la comuni– dad de las hermanas pobres de San Damián. Lo mismo en la carta tercera a Inés de Praga que en el Testamento y en la Regla invoca reiteradamente la autoridad y el magisterio del Padre santo y la obediencia a él prometida. En el comienzo de la Regla proclama a Francisco único institutor formae vitae Ordinis sororum pauperum. El cuidado que se ha tenido en evitar el término regla, tanto en el estatuto dado por Hugolino en 1219 como en el de Inocencio IV de 1247, manteniendo la denominación forma de vida -por lo demás específicamente franciscana-, parece obedecer a la voluntad, por parte de la Sede apostólica, de respetar la prohibición del concilio cuarto de Letrán (1215) de fundar nuevas Ordenes: en adelante, toda nueva forma de vida religiosa debía adoptar una de las reglas aproba– das, entre las que, por voluntad de Inocencio 111, se hallaba la de san Francisco. Esa misma preocupación canónica aparece en la aproba– ción de la «forma de vida» de santa Clara. En efecto, todas las «damianitas» profesaban la regla benedictina hasta que Inocencio IV la sustituyó por la de san Francisco. Al escribir Clara su «forma de vida», estaba muy lejos de pretender una sustitución de la «forma de vida dada por san Francisco» a las hermanas pobres, como expresan el cardenal Rainaldo y el papa Inocencio IV en la aprobación de la misma. En la evolución de las varias formas de vida consagrada habían existido, desde los tiempos de Pacomio, mujeres iniciadoras de comu– nidades monásticas y aun de verdaderas agrupaciones de ellas, pero siempre como un desdoblamiento de las fundaciones masculinas y bajo la dirección del higúmeno o abad fundador. Recordemos los nombres de María, hermana de san Pacomio, Macrina, hermana de san Basilio, Marcelina, hermana de san Ambrosio, Paula, discípula de san Jerónimo, Cesarla, hermana de san Cesáreo de Arlés, Florentina, hermana de san Leandro, Escolástica, hermana de san Benito. En la alta edad media hallamos muchas fundadoras de monasterios, a veces en forma autónoma. Pero ninguna de ellas dejó escrita una regla de amplia aceptación, ninguna ejerció un magiste– rio duradero, ninguna dejó detrás de sí una orden numerosa que se denominara con su nombre. Ante todo, por iniciativa de la Sede apostólica, interesada en canalizar el fuerte despertar religioso femenino, por obra especial– mente del cardenal Hugolino y con la colaboración de los hermanos

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