BCCCAP00000000000000000001059

274 L. IRIARTE llenos de unción y de fervor, descubre su propia experiencia de Dios, la luz infusa a la que está habituada y su amor apasionado al divino Esposo. Estas cartas son, además, el mejor testimonio de su magisterio espiritual, de su arte de formar en las vías del espíritu, que nos es conocido por las declaraciones de las hermanas en el proceso. No es difícil precisar los centros focales de esa línea pedagógica, heredada de Francisco: seguimiento de Cristo pobre y crucificado, único Espo– so, cuyo amor debe polarizar todos los afectos y todas las aspiracio– nes, espejo en el cual se debe contemplar la perfección de toda virtud; la vía evangélica de la pobreza y de 1a humildad; la fidelidad inque– brantable a san Francisco, recomendada fuertemente en la carta segunda, con expresiones que delatan un notable vigor de carácter: « Y si alguien te quisiera apartar del camino de perfección que has abrazado... , ¡con todos los respetos, no le hagas caso, sino abrázate, virgen pobrecilla, a Cristo pobre!» (Carta 11, 17s). Finalmente, en cada página se respira un clima sano de gozo y de libertad de espíritu, que no puede ser sino un reflejo de lo que la Santa vivía y hacía vivir en San Damián. 6. CóMO VE FRANCISCO A HERMANA CLARA Por desgracia, hemos de dar por irremediablemente perdidos los textos personales de Francisco que mejor pudieran documentarnos sobre lo que Clara significaba para él, como hermana dada por el Señor al igual que tantos hermanos llamados al seguimiento de Cristo según el Evangelio. Hubieran sido preciosos aquellos «muchos escritos» que la misma Clara dice haber recibido del Santo (TestCl 34; Carta III, 36). Nos tenemos que contentar con los dos fragmentos conservados por ella en su Regla: el de la Forma de vida y el de la Última voluntad, y con el cántico Audite poverelle, afortunadamente rescatado del olvido hace pocos años. - En cuanto al primero de ellos, la Forma de vida, es de gran inte– rés captar el paralelismo que guarda con la antífona de la Virgen María que Francisco repetía al principio y al final de cada hora del Oficio de la Pasión. La saluda hija y esclava del altísimo sumo Rey el Padre celestial, madre de nuestro Señor Jesucristo, esposa del Espíri– . tu Santo; y, en los mismos términos, dice a Clara y a las hermanas: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y esclavas del altísi– mo sumo Rey el Padre Celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz