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296 L. IRIARTE Además, mientras que los iconos, en general, aun por el mismo carácter de la obra de arte, son anónimos, las tablas y los frescos del nuevo estilo tienen un autor, o al menos un «maestro» anónimo, pero caracterizado, el cual pone su sello personal, su mensaje, y no vacila en inmortalizar lugares y personas que toma del natural. Y aquí aparece, precisamente por lo que hace a Francisco, la intención explícita de darnos sus rasgos fisicos, su retrato, aun a riesgo de describir una realidad humanamente poco atrayente, como ocurre en la tabla de Greccio y en el conocido fresco de Cimabue de la basílica inferior de Asís. Más que una imagen desacralizada es una imagen pre-sacral, algo así como el deseo de perpetuar la presencia, como lo expresaron los «tres compañeros» al recopilar los recuerdos del Padre inolvidable: «Hemos escrito recreándonos con tu dulce recuerdo» (2 Cel 221), En el caso de Clara no se puede pretender algo semejante. Ence– rrada desde joven en su monasterio, sus rasgos externos eran poco conocidos. Su biógrafo no nos ha dejado ni siquiera un intento de retrato fisico. A las monjas que declararon en el proceso de canoniza– ción hemos de agradecer la indicación de algunos trazos que refleja– ban la riqueza interior del espíritu: serenidad y gozo permanente en su semblante, afabilidad humilde en el trato, ternura compasiva con las atribuladas, actitud humilde y sencilla... En cambio el retrato moral aparece delineado perfectamente ya sea en el mismo proceso ya sea en la Leyenda y en la bula de canonización, como ya lo hemos visto. No es fácil apreciar hasta dónde los artistas más inmediatos, que trazaron la imagen de la Santa, hayan intentado darnos sus perfiles personales. Las representaciones más antiguas que se conservan son las existentes en la iglesia de Santa Clara de Asís, atribuidas al anónimo «Maestro de S. Clara». Fueron realizadas unos treinta años después de la muerte de Clara, por lo tanto, cuando aún vivían algunas de sus hijas espirituales, que recordaban sus rasgos faciales. La primera de esas obras es el fresco del gran crucifijo en el ábside de la iglesia. Clara aparece al lado de Francisco, que besa los pies del Crucificado. Según reza una inscripción, fue realizado por encargo de la abadesa sor Benedetta, sucesora de la Santa, fallecida en 1260; pero la ejecución es posterior. Más notable es la tabla historiada, obra del mismo maestro, verdadero estereotipo de icono bizantino por lo que hace a la imagen

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