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CLARA DE ASÍS EN LA TIPOLOGÍA HAGIOGRÁFICA 289 pobres, incluido el de San Damián, fuera hecho por el papa en atención a los sentimientos de Clara. Ese cargo lo había desempeña– do primeramente el cisterciense Ambrosio; no sabemos si volvió a serlo del monasterio de San Damián después de la destitución de Felipe Longo. Al menos desde principios de 1226 lo era el hermano Pacífico, el antiguo «rey de los versos»; pero el nuevo cardenal protec– tor Rainaldo de Segni, futuro Alejandro IV, muy adicto a Clara y a su comunidad, sustituyó a Pacífico por Felipe Longo, el hombre de confianza de Clara, que mantendría el cargo hasta después del año 1246. Así consta por la circular mandada el 18 de agosto de 1228 a veinticuatro monasterios de damas pobres, encabezados por el de San Damián de Asís, por dicho cardenal protector; en ella recomien– da vivamente al hermano Felipe, nombrado visitador «por especial mandato del sumo pontífice» (Gregorio IX), «hombre que se preocupa celosamente de vuestro bien -les dice-- y que tantas angustias y trabajos ha soportado por vosotras» (BAC 356-361). Es legítimo, asimismo, suponer que Clara habrá hallado un apoyo sincero en el mismo cardenal Rainaldo en su deseo de dejar a su comunidad de San Damián una regla propia, inspirada en la de san Francisco. Fue él quien la aprobó el 16 de septiembre de 1252, con autoridad del papa. En el decreto de aprobación designa a Clara «amadísima madre e hija en Cristo». Y habrá sido él mismo quien, persuadido de que la Santa no moriría tranquila sino después de ver confirmada la misma regla por el pontífice supremo, urgió ante Inocencio IV la concesión de la bula Solet annuere de 9 de agosto de 1253. En realidad Inocencio IV no necesitaba de recomendaciones para sentir interés por aquella humilde hija de la Iglesia. Consta que la visitó por dos veces 11 ; la última de ellas, poco antes de morir, dejó el alma de Clara llena de una indecible consolación. El autor de la Leyenda se introduce en el delicado relato con esta observación: «Se da prisa el señor Inocencio IV, de santa memoria, juntamente con los cardenales, para visitar a la sierva de Dios, y no duda en honrar con su presencia papal la muerte de aquella cuya vida había comprobado tan superior a las demás mujeres de nuestro tiempo» (n. 41). Ya vimos cómo el mismo papa quiso presidir personalmente las 17 Así lo afirma su biógrafo Nicolás de Calvi, citado por C. A. Lainati, en Fonti Francescane, p. 2.332, nota 54.

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