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280 L. IRIARTE aceptase algunas posesiones (n. 14), o la oración dirigida al Señor en el trance tremendo del asalto de los sarracenos (n. 22). Entre las peculiaridades de la que pudiéramos llamar tipificación elaborada por el autor de la Leyenda, al margen del Proceso, una es el empeño en poner de relieve el fuerte influjo de Clara en torno suyo, desde la reclusión claustral, atribuyendo a la fama de su santidad todo el amplio movimiento de anhelo de perfección en el mundo femenino, primero en Asís, luego en el valle de Espoleto y finalmente en toda la cristiandad. Podría verse en ello la intención velada de presentarla como madre y maestra de todas las damas pobres y demás mujeres consagradas, que se beneficiaban del fermento fran– ciscano. La entusiasta reseña termina con estas palabras: «Innumerables ciudades se ven adornadas de monasterios, y has– ta los lugares campestres y montañosos se embellecen con la presen– cia de tales edificios. Se multiplica el cultivo de la castidad en el siglo, abriendo la marcha la santísima Clara, y cobra nueva vida el estado virginal. Con estas flores espléndidas que Clara produce, reflorece hoy felizmente la Iglesia... » (LCl n. 11). Otro particular, en que aparece cierta mira deliberada, es la detención con que narra los dos hechos en que la ciudad de Asís se sintió liberada por la eficacia de la intercesión de Clara, sirviéndose de los datos del proceso y de lo que el autor mismo ha conocido (nn. 22s). Pero mayor interés ofrecen los aspectos de la espiritualidad de Clara, netamente adherente a la de Francisco, su guía y maestro de juventud. El autor de la Leyenda ha sabido agrupar los recuerdos de las hermanas en torno a algunos temas centrales, como son: la humildad, que resplandece sobre todo en su estilo de dirigir la comu– nidad; la pobreza total, heroicamente mantenida aun frente al papa Gregorio IX; la mortificación y austeridad; la asiduidad en la oración, especialmente su unión con Dios mediante la contemplación infusa; el ardiente amor a Cristo crucificado, cuya pasión meditaba constan– temente, junto con su devoción a la Cruz; su afición a escuchar la palabra de Dios; su amor entrañable a las hermanas, en particular a las enfermas; su paciencia y alegría en la enfermedad; el gozo con que fue al encuentro de la hermana muerte. 9. CLARA VISTA POR LOS HERMANOS DE LA PRIMERA ORDEN. CONCEPTO DIVERGENTE DE LA «COMUNIDAD» Y DE LOS «ESPIRITUALES» La Vita I de Tomás de Celano, escrita en 1228, cuando Clara se

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