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-5- «Revalorar nuestro sacerdocio» --era la idea central de don Rufino Alda– balde-, y para lograrlo ningún instrumento más indicado que. los Ejercicios. Para llegar a esa revalorización tenemos que santificarnos. Es claro que los re– ligiosos poseen abundantes y eficaces recursos en su misma profesión pai·a lo– gnrr esa elevación de su vida; per(\ el clero <iiocesano se halla en situación muy desventajosa. Su mayor .Jbstáculo es la soledad; los sacerdotes seculares vivían aislados, primeramente de sus propios superiores, despues de sus colegas y sobre 1 ·odo del pueblo, de sus propias ovejas, con las cuales no tenían otro contacto .pe la administración de los sacramentos y los trámites de las partidas oficines– cas; nada de contacto moral, pastoral. Para remediar esa soledad había que establecer una comunidad de ideales y de acción, la convivencia sacerdotal; fué la finalidad primordial de los Ejercicios espirituales: no tendían éstos directamente a hacer bien a los ejercitantes, sino a los directores de Ejercicios. D. Rufino vió en ellos: 1. 0 ) Un medio para con– vivir, una materia para hablar los sacerdotes entre sí; era vergonzoso que el sacerdote fuese el único profesional que, al juntarse con los de su clase, tenía que hablar de cualquier cosa menos de su profesión; «la política desaparecerá -enseñaba don Rufino--, no por vía de arranque, sino por vía de sustit'.lción»; lo importante era dar a los sacerdotes ideales elevados, materia de que tratar, hacerles vivir su sacerdocio. 2. 0 ) El gran medio de prestigiar al clero dioce~au~ ante los fieles. El clero ha perdido el prestigio porque ha perdido el contacto con las almas; démósle, pues, un medio de recobrar ese contacto íntimo. De hecho es el fruto más consolador de los Ejercicios. 3. 0 ) Los eje}'.cicios, finalmente, conH– tituyen el ambiente más propicio para hacer brotar los grandes instrumentos de apostolado: vocaciones, almas decididas a ser santas: «fragua de santidad» ·los llamó Pío XI, en la encíclica «Mens nostra». Es un tema, por consiguiente, que nos interesa a todos grandemente. Método que vamos a seguir en el Cursillo: ante todo ha de ser una cQmuni,– cación en que todos han de tomar parte, oon una orientación eminentemente prác– tica. Las lecciones propiamente dichas tendrán un tono de exposición, pero re– cibida con espíritu crítico por los cursillistas. El tema de estudio será el libro de los Ejercicios de San Ignacio. Conviene adelantar algunos presupuestos históricos sobre el texto de los mismos para fa– cilite, r su recta interpretación. Es de advertir ante todo que tanto la evolución espiritual de San Ignacio como su libro acusan marcadas influencias franciscanas. El libro de los Ejercicos se escribió ert tres etapas. El primer horrador fué l'edactado en Loyola y no era otra cosa que los apuntes personales de los primeros Ejercicios practicados por San Ignacio; el borrador segundo, escrito en Manresu, tenía como objeto otras personas; finalmente, tras largos años de estudios teo– lógicos y prolongadas experiencias, apareció la redacción definitiva de París, que se publicó en Venecia. Es por lo tanto fruto de bien pensados retoques y de ex– periencias graduadas, tanto del mismo San Ignacio como de sus colaboradores en la dirección de Ejercicios. No conviene perderlo de vista; como tampoco se ha de olvidar que el libro de San Ignacio ·está puesto en el entrecruce de todas las corrientes espirituales de la época, dentro sobre todo del ambiente de la llamada «devotio moderna». El libro de los Ejercicios al principio tenía como finalidad el que un director diera ejercicios a un solo ejercitaute por espacio de treinta días más o menos. Pero ya en vida de San Ignacio se planteó el problema de la adaptación a tandas de muchos ejercitantes ª· la vez y en men.os tiempo. A esta necesidad ohedecieron los «Directorios de Ejercicios», que venían a dar normas concretas para dicha aco– modación . Este problema es de constante actualidad en .nuestros tiempos, ya que ordi– nariamente las tandas de ejercicios son de ocho, cinco, tres días, y se dan a muy diferentes clases de personas. Se impone, pues, la adaptación, fuente de discusi@– nes. San Ignacio daba una gran flexibilidad a sus Ejercicios; sería irracional y antiignaciano querer dar a todas; las tandas los ejercicios 'de la misma forn,a. reteniendo todas las llamadas meditaciones fundamentales. A ruego de los cursillistas, modificó don Angel el plan de las lecciones, de~– tinando las lecciones de la mañana principalmente a exponer fa contextura y

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