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i ' 1 EUROPA POST'l'RIDENTINA 201 La teología patrística antigua, vaciada casi totalmente en la forma mentís de la filosofía platónica, había tenido en san Agustín su má– ximo exponente y, en su versión agustiniana, había sido transmitida a los siglos medios. En el siglo xn vino a su encuentro, la filosofía aristotélica en su doble vehículo arábigo-latino, y la ciencia sa,grada, por obra principalmente de santo Tomás, pudo encajar esplendoro– samente en este nuevo molde intelectual, mientras san Buenavtntura y los maestros franciscanos proseguían la tradición platónico-agus– tiniana. Así se produjo en el siglo XIII el feliz equilibrio entre el platonismo, dinámico y ejemplarista, y el aristotelismo, más estático, más realista, más dialéctico; el primero la:1Zado místicamente hacia la fuente de las ideas y del bien, definiendo la teología como ciencia preferentemente práctica - veritatis credib/lis notitia pia (san Bue– naventura) -, el segundo adherido a la abstracción, presentando la teología como ciencia magis speciilativa qiiatn praotica (santo Tomás). Y fue el siglo de oro de la escolástica. La filosofía, lo mismo la pla– tónico-agustiniana que la aristotélico-árabe, se mantuvo entonces en su papel de ancilla theologiae. Y tal vez el escolástico de aquel siglo que mejor logró mantener ese difícil equilib:-io fue el agustino Egidio Romano, discípulo de santo Tomás, pero simpatizante con la visión frnnciscana del Itinerarittm mentis in Deiim. No sucedió así en los siglos XIV y xv, decadentes en muchos otros aspectos de la vida cristiana. La filosofía atentó contra la teología primero prodama11do la independencia absoluta de la razón frente al dogma con el averroísmo y después desposeyendo a la ciencia sa– grada de las bases racionales con el nominalismo. En consecuencia, la escolástica tuvo que limitarse a una actitud defensiva o se recluyó en su círculo dialéctico, gastando los mejores ingenios en torneos intelectuales. Las fuentes positivas de la teología, Escritura y Pa– dres, quedaron en olvido. A este predomin:o de una dialéctica estéril unióse, en el campo del derecho canónico, otra forma de anemia científica, el decretalismo alambicado. Así llegó el humanismo renacentista : una nueva visión de la vida, un nuevo concepto de la ciencia, una nueva preparación para acercarse a las fuentes de la revelación. El choque era inevitable. Y otra vez reaparece san Agustín, relegado al olvido hasta por los teólogos que profesaban su Regla. Todos los grandes humanistas del siglo xv y principios del XVI mostraron predilección por Platón y san Agustín. Petrarca, el gran iniciador, veía en sai;i AgustÍtl el

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