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196 LÁZARO DE ASPURZ Hasta se apunta el adjetivo que habría de caracterizar a los dos concilios supuestamente antagónicos : el Tridentino sería el Concilio estático, todo él enderezado a fijar dogmas y desbrozar errores, esen– cialmente institucional, mientras que el Vaticano II se anunciaría como el Concilio dinámico, liberador del potencial salvador de la ver– .dad revelada, bajo el signo de la caridad pastoral. Aquél habría colo– cado a la Iglesia en trance de defensa, atenta a taponar brechas, éste volvería a lanzarla a la vitalización cristiana de un mundo por con– quistar. No es mi intento detenerme en esta clase de contraposiciones, muy arriesgadas para el historiador. Baste con dejar asentada esa diferencia de actitudes en ambos concilios con las palabras de Juan XXIII al inaugurar el Vaticano II: «En las actuales circuns– tancias conviene que la doctrina cristiana íntegra, sin suprimir nin– guna de sus partes, sea recibida por nuestra época universalmente con renovado afán, en un clima de inteligencias serenas y apacigua– das ... Una cosa es, en efecto, el depósito de la fe propiamente dicho, es decir, las verdades que profesamos, y otra el modo de •enunciarlas, aunque manteniendo inmutable el sentido y el contenido de las mis– mas... Este modo habrá de constituir el objetivo principal de las tareas conciliares, dedicándole pacientemente todo el esfuerzo nece– sario ; es decir, que habrá de darse preferencia a los procedimientos que mejor se acomoden al magisterio, el cual ante todo tiene carácter pastoral... La Iglesia nunca ha dejado de oponerse a los errores, condenándolos muchas veces con severidad inflexible. Pero, en la actualidad, a la Esposa de Cristo le agrada echar mano de la medicina de la misericordia más bien que de las armas de la sev,eridad ; y juzga que las necesidades presentes hallan mejor respuesta en una exposición abierta de la1 fuerza de su doctrina que en la condenación de los errores» 3 • Sea como sea, la historia de Europa del siglo XVI al XX no puede escribirse sin tener en cuenta la realidad tridentina, ya se trate de seguir el proc•eso religioso, ya de medir la evolución general del pen– samiento, de la cultura literaria o artística, o de hallar el entronque de las instituciones. Trazar, en algunos de sus rasgos ;generales, ese panorama postridentino de Europa es el propósito de estas páginas. 3. Acta Ap. Sedis, 54 (1962) 791 s.

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