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226 LÁZARO DE ASPURZ fijada espontáneamente por la masa popular, sino por imposición del príncipe, presionado por una minoría romanizada. Más artificial quizá puede parecer la otra identificación del mismo autor, muy dentro de su concepción personal de la historia, de cada grupo religioso con los diferentes sistemas sociales y políticos : lute– r'anismo-1\égimen señorial, calvinismo-.régimen republkano, catoli– cismo-absolutismo regio. Y digo artificial, porque no explica el arrai,go del luteranismo en las monarquías escandinavas, no señoria– les, ni la fidelidad al catolicismo de Polonia y Hungría, con ser tan señoriales en sus instituciones, ni los éxitos logrados por el calvi– nismo en los países del Este europeo o su fracaso en las repúblicas italianas, de tan honda raigambre democrática. Más bien diríamos que fueron lás mismas concepciones religiosas las que hicieron que, de hecho, el luteranismo, al entregar la conciencia de los ciudadanos a la autoridad del señor territorial, retrocediera hacia el feudalismo germánico ; que el calvinismo, con su culto a la conciencia individual frente a todo autoritarismo, político o religioso, que no sea el de la razón, avanzara hacia la democracia burguesa y hacia la plutocracia liberal, y que el catolicismo, con su concepción orgánica de la sode– dad tanto religiosa como civil, con su sentido unitario yi universa– lista, preparara temporalmente el terreno al absolutismo y al rega– ljsmo, aunque sin claudicar nunca oficialmente ante ellos, gracias al centro que garantizaba esa misma unidad y ese universalismo: Roma. Pero, en definitiva, el paso hacia la igualdad de todos los hombres, hacia la democracia moderna, no se daría en los países calvinistas, sino en los países católicos. Al cerrarse el Concilio de Trento .el mapa reHgioso no estaba asen– tado todavía. La paz de Augsforgo (1555) había dejado al lutera– nismo en pacífica posesión de la mayor parte de los estados germá– nicos ; la lucha proseguía en los obispados de la cuenca del Rhin, en Baviera y en los estados patrimoniales de la casa de Austria, donde las infiltraciones' eran profundas. En Suiza seguía indecisa la suerte religiosa de varios cantones. En Francia acababan de estallar las ,guerras religiosas, que se prolongarían durante todo el siglo. Los Pafaes Bajos estaban ya desgarrándose con la escisión político-reli– ;giosa. Calvinismo y anglicanismo reñían la batalla decisiva en la Gran Bretaña. Siguieron los años de la restauración católica, campaña vigorosa de reacción que logró detener el avance de la herejía y aun desalojarla

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