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EUROPA PO.STRIDENTINA 211 El hombre medieval aceptaoa el mundo visible y el invisible tal como lo encontraba, infantilmente, sin pretender cambiarlo, sin pensar que podía ser de otra forma. Así en lo religioso, en lo social, en lo fa– miliar, en lo econ6mico. Era objetivo. Actitud providencial para que la Iglesia ejerciera a sus anchas su pedagogía maternal en aquella socie– dad cristiana en formaci6n. El hombre moderno, por el contrario, aso– mado a la edad refleja, fue sintiendo la necesidad, llamémosla biológica, de someter a revisi6n cada uno de los factores que condicionan su vida desde fuera. Se hizo sujetivo. Nada de aceptar la vida como las ge– neraciones precedentes se la han preparado, nada de tomar el mundo exterior como algo fatal e inmu;table. Como el adolescente que, al adquirir conciencia de sí, en todo recela límites a su personalidad, pondría primeramente a prueba las barreras morales, que eran las que más inmediatamente limitaban su autonomía (humanismo p~ga– nizante) ; después atacaría las estructuras religiosas, como principal dique a la libertad de pensar (protestantismo) ; luego se volvería con– tra los cauces tradicionales del pensamiento filosófico, sometiendo a crítica el origen y el valor de nuestros conocimientos, la realidad del yo y el sentido de la existencia (filosofías modernas) ; más tarde haría saltar el montaje de las instituciones ciudadanas proclamando la igualdad ante la ley (revolución francesa) ; se volvería seguida– mente con:ra la desigualdad económica, reclamando la paridad de medios en 1a lucha por la vida (liberalismo capitalista) ; y, reaccio– nando aun contra la desigualdad en el disfrute individual de los bie– nes, negaría el derecho de propiedad y establecería conflicto ,entre los atributos de la persona humana y las exigencias, del bie11, común (so– cialismo, comunismo, totalitarismo) ; con el feminismo y con la mo– derna pedagogía se llegaría aun a plantear la revisión familiar; final– mente, una última etapa en la revolución sujetiva : la entablada en el mismo fondo del yo con la psicología profunda. Toda crisis de crecimiento crea situaciones incómodas, y a veces pone ,en peligro la misma vida del organismo. Las crisis que afectan a la Iglesia de Jesucristo nunca repercuten en su misma existencia, pero sí en el desarrollo normal de su vida. Y ya es bastante que grandes sectores de la sociedad, un número mayor o menor de bauti– zados, queden al margen de su acción salvadora. Con todo, pasadas las crisis, no suele ser difícil al historiador reconocer los beneficios que la misma Iglesia ha reportado. La pena es que la marcha arro– lladora del sujetivismo en la Edad Moderna se ha:ya realizado sin la

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