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206 LÁZARO D~ ASPURZ Más exacto que ver en el Concilio de Trento el punto de arranque de ese gran florecimiento es considerarlo como el momento de culmi– naci6n de la nueva teología y su mérito más valioso 13 • Antes del Concilio y contemporáneamente a su celebraci6n - algunos como te6logos del mismo -, brillaron Silvestre de Ferrara (t 1528), Tomás Vío de Gaeta (Cayetano) (t 1534), Francisco Titelmans (t 1537), Fran– cisco de Vitoria (t 1546), Luis de Carvajal (t 1550), Juan Maldo– nado (t 1553), Alfonso de Castro (t 1558), Melchor Cano (t 1560), Andrés de Vega (t 156o), Domingo de Soto (t 1560), Pedro de Soto (lt 1563), Pedro de Sotomayor (~ 1564), Gaspar de Villalpando (t 1581), Bartolomé de Medina {t 1581), Alfonso Salmer6n (t 1586), Martín de Azpilcueta (t 1586). En los años del Concilio se formabari figuras como Francisco de Toledo (t1596), Arias Montano {t 1598), Tomás Stapleton (t 1598), Luis de Malina (t 1600), Gregario de Va– lencia (t 1603), Domingo Báñez (t 16o4), Gabriel Vázquez (t 1604) ... , por no citar más que los de primer orden. En el siglo XVII s6lo podrían mantener esa altura los Salmanticenses, Suárez, Juan de Santo To– más, Belarmino, Ripalda, Lugo, Lessio, Petavio y pocos más. No fue, pues, Trento el origen del renacimiento teol6gico, sino que fu.e éste el que hizo posible a Trento. La controversia, iniciada con éxito contra las nuevas doctrinas antes del Concilio, es el foerte de la primera teología postridentina ; es tamlb-ién el estímulo que le da vida. Lo que entonces fue plenitud de una ciencia bien apuntalada en la ortodoxia, abundantemente nu– trida en el desarrollo de una exégesis bíblica de buena ley y en el estudio directo de los Padres, ilustrada por trabajos históricos de gran envergadura, volvería en la época siguiente - segunda mitad del siglo XVII y todo el XVIII - a degenerar en un juego de escuela cada vez más inerte, más aislado. La herencia del siglo de las con– troversias se perpetuaría en ese enfoque peculiar de las tesis dogmá– ticas y morales hada un enemigo real o histórico, herético o simple– mente adversario, a quien hay que rebatir; signo negativo que aún persiste tenazmente en nuestros manuales. Es la «cristalización de un espíritu de ortodoxia», que puede hacerse duro e impermeable, observado por un historiador moderno en la teología postridentina 14 • 18. Cfr. J. A. de ALDAMA, SI: La teología post-tridentina. En: «Razón y Fe», 131 (1945) 117-125. 14. A. DUPRONT : El Concilio ae Trento. En : El Concilio y los Ccmcfü.os. Edido– nes Paulinas (Madrid, 1962) 271.

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