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Dios el bien, fuente de todo bien 87 El padre Eloi Leclerc ha puesto de 1:1elieve, muy acertadamente, la actitud de auténtico pobre de espíritu que toma Francisco ante esa posible deformaciór: de las relaciones con Dios; Y, con instinto bíblico, se acoge al sentimiento reverencial ante el Altísimo, « cuyo nombre no somos dignos de pronunciar nosotros miserables y peca– dores» (RnB 23,5) y « ningún hombre es digno de hacer de él men– ción » (Cant 2) 10 • Si examinamos con atención las oraciones personales de Fran– cisoo, veremos que todas son de alabanza, de bendición, de acción de gracias. Casi nunca de petición; y aun cuando pide, se olvida de sí. Es una oración de fe teologal en que todo lo humano se relativiza: sólo cuenta el Altísimo, su gloria, su voluntad santa, su éxito de Creador y de Salvador. Es que sólo Dios es el Bien. Las personas pueden ser buenas y pueden servir de instrumentos del bien; las cosas son buenas, bellas y útiles... : pero el Bien es únicamente Dios, bueno por esencia. 5. Todo bien viene de Dios, es de Dios y debe tornar a Dios La piedad de Francisco, repitámoslo, es una perenne actitud de admiración y de gratitud para con ese Dios, dador de todo bien. El beneficio primero, el más estimable, que bastaría para man– tenernos eternamente en hacimiento de gracias, es El mi'smo: « Omni– potente, santísimo, altísimo, sumo Dios, Padre santo y justo, Sefiot, rey del cielo y de la tierra: te damos gracias por ti mismo » (RnB 23,1). Después sigue en importancia el don del Hijo y del Espíritu Santo, el don de la Virgen María, de la Iglesia, de cada hombre y de cada mujer, de cada cosa creada..., según la enumeración del grandioso capítulo 23 de la primera Regla. Sólo el Sefior Jesucristo, junto con el Espíritu Santo, puede ofrecer al Padre la debida acción de gracias por los bienes que de él hemos recibido y recibimos (RnB 23,5,8). Descubrir y valorar los bienes que cada uno halla en su persona no es contrario a la humildad cristiana; al contrario, es aprecio de 10 E. LECLERC, El Cántico de las criaturas, Aránzazu 1977, 59-65.

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