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86 Iriarte las cualidades, a la preparación intelectual, al cargo que se desem– peña en servicio de los hermanos, al ministerio de la pr,edicación, al éxito de las buenas obras, a las luces y gracias de Dios, a las glorias de la fraternidad ... Es una liberación, en toda la línea, de esos bienes, por lo mismo que lo son, haciendo el vacío del propio yo. El instinto de apropriación, enseña Francisco, procede de la carne, que designa las tendencias egoístas, mientras que el espíritu del Señor nos lleva a vivir desprendidos, en pureza y sencillez (cf. RnB 17,9-14). Francisco temía caer en el pecado de apropiación, sobre todo, instrumentalizando a las personas o a cualquier ser creado en pro– vecho propio, y ello aun en cosas que dicen relación a Dios. « Ama a tus hermanos como son - escribió a un superior - y no pretendas que sean mejores cristianos para ti» (Carta a un ministro, 7). « Nuestra carne se está gloriando en la hermana cigarra», dijo al ver que los hermanos comenzaban a manipular el caso (2 Cel, 171; LP, 84). Como sucede en todos los grandes místicos, cuanto más se veía inundado de luz infusa, mayor era el conocimiento inefable del sumo Bien y, por contraste, más profundamente se confundía en su propia realidad, en su propia pequeñez. Su oración habitual llegó a ser: «¿Quién eres tú..., y quién soy yo?» (Flor., Consid. 3). Se sentía más que nunca pobre y mendigo; pero seguro, porque poseía al que es « toda riqueza a saciedad » (Alabanzas del Dios altísimo, 6). Mirándolo desde el hondo de su pequeñez, el sumo Bien se le manifestaba cada día más inaccesible, pero no distante. Y en– tonces surgía de su espíritu con sinceridad la oración del amante: « que podamos, por sola tu gracia, llegar hasta ti, oh Altísimo » (Carta a la orden, 52). Y también aquí el Poverello recelaba de sí mismo. Cabe, en efecto, también con relación a Dios la apropiación. Ciertas formas de piedad dan fácilmente en actitudes tendentes a instrumentalizar a Dios en provecho propio, ya sea reclamando su ayuda omnipotente como remedio de las necesidades humanas, quizá de los propios yerros, ya sea buscando la satisfacción sensible en la comunicación íntima con él. En todo hombre late una voluntad de posesión que va más allá de los bienes externos e inferiores y puede tener como mira la apropiación de lo divino. Dios se reduce, entonces, al tamaño del proyecto del hombre y de sus aspiraciones.

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