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Dios el bien, fuente de todo bien 99 toda gracia, de quien sabemos que procede toda dádiva preciosa y todo don perfecto (Sant 1,17), porque te ha adornado con tantas muestras de virtud... Todas gozamos con los bienes que el Señor obra en ti con su gracia», escribe a Inés de Praga (Carta JI, 3, 25). También Clara celebra al Altísimo, que es riqueza y bondad plena a satisfacción (Carta III, 27; IV, 12). Otro discípulo, buen asimilador de las ideas y sentimientos de san Francisco, es Gil de Asís, cuyas sentencias, sazonadas de luz divina y de buen sentido, eran recogidas con avidez. Llama a Dios el Bien de todos los bienes: « todos los ángeles del cielo no son capaces de consolar a quien lo ha perdido». De él nos vienen todos los bienes, y en él están todos los que deseamos tener o a nosotros nos faltan: « Cualquier bien que tú no tienes lo has de considerar en Aquel que lo tiene, admirarlo y engrandecerlo en El; y una vez que lo hayas recibido, lo debes seguir mirando y poseyén– dolo más en El que en ti». El Dador de todo bien, distribuye de manera diferente, con– forme a su beneplácito, los dones de naturaleza. Y también los dones de gracia. Lo que importa es no dejar ocioso el don de Dios: « Hemos de ser muy solícitos en guardar la gracia recibida y en trabajar con ella fielmente; no nos suceda perder el fruto por causa del follaje. Dios da a algunos el fruto y no les da follaje; a otros, les das ambas cosas; a otros, ni fruto ni follaje ... Bienaventurado aquel que hace producir a su cuerpo por amor del Altísimo y no se preocupa de obtener recompensa alguna bajo el cielo». Uno de los mayores bienes recibidos de Dios es acertar a « guardar la gracia de Dios y hacerla fructificar en buenas obras». Explica en ese sentido el Negociad hasta mi vuelta de la parábola (Le 19,13). Y repite la enseñanza de Francisco: devolver a Dios los bienes de El recibidos: « Para despojarse de los bienes que Dios obra en cada uno, ante todo hay que devolver los bienes del Señor únicamente al Señor, de quien son». A la pregunta: «¿qué es humildad?» responde: « ¡ Devolver lo ajeno! ». En consecuencia, ni envanecerse del bien propio ni sentir envi– dia del bien ajeno, sino al contrario: « En la medida que uno se alegra más del bien que Dios obra en el otro que del que obra en él, hace suyo ese mismo bien, a condición de que sepa hacerlo fructifi– car y producir; ya que el bien no es del hombre, sino de Dios ». Y
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