BCCCAP00000000000000000001050

Dios el bien, fuente de todo bien 91 ser más cuidadoso en adelante, « en la medida que Dios me conceda su gracia». Y educaba en esa conciencia de la propia pequeñez a los her– manos en todo lo que dice relación a l:a santidad: « Tengamos por cierto que no nos pertenecen a nosotros sino los vicios y pecados » (RnB 17,7). Numerosas expresiones de las dos Reglas responden a la misma persuasión de la limitación humana: « El candidato venda todas sus cosas y procure repartir todo entre los pobres, si así lo desea y si lo puede hacer, movido del espíritu, sin obstáculo» (RnB 2,4) - « Procuren distribuirlo a los pobres; mas, si no lo pudieren hacer, les basta la buena volun– tad» (RB 2,Ss). « No desprecien ni juzguen a las personas que vieren usar vesti– duras muelles y vis~osas, tomar manjares y bebidas delicados, más bien júzguese y despréciese cada cual a sí mismo» (RB 2,17). - En la misma línea están las « libertades » para calzarse cuando la necesidad lo aconseje, para adaptarse a la gente en los alimentos, etc. Francisco sabía que el orgullo ascético suele apoderarse muy fácilmente de las ]J'0rsonas que se consideran en « estado de per– fección». « Guárdense todos los hermanos de alterarse por la falta de un hermano; más bien ayúdenle espiritualmente, como mejor pue– dan. .. » (RnB 5,7s). « Cada uno ame y alimente a su hermano... con los recursos para los que el Señor le dé gracia» (RnB 9,11). « Hagan por guardar silencio, en la medida que Dios les con– ceda esta gracia» (RnB 11,2). Casi la misma expresión en el Reglamento para los eremitorios, 3. En la Carta a los fieles recuerda el precepto de « amar al prójimo como a nosotros mismos»; pero piensa que no siempre resulta fácil ponerlo en práctica, por eso añade: « Pero si alguno no quiere, o no puede, amarlo como a sí mismo, al menos no trate de hacerle mal, sino hágale bien » (1 C 26s.). Francisco tení:a a los demás por mejores que él, habituado como estaba a respetar en cada uno la moción del Espíritu y el camino peculiar por donde Dios lo conducía. Temía obstaculizar ese impulso divino. Es lo que trae a la memoria en la carta a un superior, ya citada:

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz