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90 Iriarte Cuando el espíritu pobre alcanza la madurez evangélica, se alegra siempre del bien, venga de donde venga, hágalo quien lo haga, sin ceder ni a la vanagloria cuando lo hace él ni a la envidia cuando lo hace otro: « Bienaventurado aquel siervo que no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por medio de él, que por el que dice y obra por medio de o.tro » (Adm 17). Descubrir en cada hermano las buenas cualidades y alegrarse de que las posea es, para Francisco, un acto de justicia para con Dios que se las ha dado; por el contrario, ve una especie de apro– piación odiosa en la intransigencia para con el culpable, mientras que vive desapropiado - sine proprio - el que no se altera por la conducta ajena, devolviendo al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21) » (Am 11). El juicio sobre las acciones del prójimo y, sobre todo, el juicio sobre los clérigos, es un derecho que Dios se ha reservado para sí, y que no debemos usurpárselo (Adm 26; cf RnB 11,10). Los bienes naturales, por lo tanto, son don de la liberalidad del Creador, que sigue siendo dueño de los mismos. Pero esto vale, con mayor razón, de los bienes de la gracia. Pueden ser objeto de apropiación, bien reteniéndolos egoístamente, bien manifestándolos ligeramente; corresponde al mismo Altísimo, que los ha concedido, darlos a conocer cuando le juzgue conveniente, sobre todo por medio de las buenas obras de quien los recibe (Adm 21 y 28). Aquí es donde, más que en otros bienes, Francisco adopta y pide a los demás una disposición de aceptación humilde, sin gestos de autosuficiencia ni de seguridad. Se conoce limitado, débil, sujeto a sus estados de ánimo; se complace en presentarse, ante Dios y ante los hombres, como «pequeñuelo», « simple e ignorante», « hombre caduco», verdadero pobre, verdadero menor. En el Testamento reco– noce la necesidad de tener al lado un clérigo que le ayude a « rezar el oficio divino en conformidad con la regla», porque no está seguro de hacerlo como se debe, « simple y enfermo como es» (Tes 29). En la carta a la orden, tan rioa en expresiones de humildad, hace la confesión de todo cuanto ha faltado en la observancia de la regla y en el rezo del oficio divino, « ya por descuido y por causa de mi enfermedad, y,a también porque soy ignorante e indocto»; y promete

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