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Dios el bien, fuente de todo bien 89 Grande es la excelencia del hombre; pero él solo, entre todas las creaturas, tiene en su mano el uso bueno o malo de los bienes recibidos. « ¿ De qué te puedes gloriar? Aunque fueses tan ingenioso y tan sabio que poseyeras todas las ciencias...; aunque fueses más hermoso y más rico que nadie, y aunque hicieses cosas maravillo– sas..., nada de ello te pertenece ni puedes gloriarte de esto » (Adm 5, 1-5,7). Recelaba, en modo particular, del peligro de apropriarse los bienes intelectuales, que son los que más sutilmente llevan a la autosuficiencia, constituyendo un tipo de riqueza interior difícil de reconocer y, por lo mismo, de renunciar. Para enseñar a los estudiosos de la sagrada Escritura cómo habían de procurar no atarse a la letra, que mata, al apropiársela por utilidades humanas, decía: « El espíritu de la Escritura divina da vida a los que no atri– buyen al cuerpo (a sí propios) la letra que saben o desean saber, por mucha que sea, sino que la devuelven, con la palabra y con el ejemplo; al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien» (Adm 7). Es el criterio más certero para conocer cuándo un hermano se deja llevar del espíritu del Señor y no del egoísmo: « si no se engríe por el bien que el Señor obra por medio de él» (Adm 12). Francisco vigilaba en sí mismo todo asomo de vanagloria, y sufría cuando los demás lo elogiaban; confesaba abiertamente sus senti– mientos íntimos de complacencia propia. « Si somos servidores fieles - enseñaba -, hemos de dar a Dios la gloria que le cor– responde a él y atribuirle todos los bienes que nos concede. El peor enemigo del hombre es su propia carne (el propio yo). Ella usurpa para sí y convierte en propia gloria lo que no le corresponde» (2 Cel 130-134). Si es absurdo envanecerse por los bienes y éxitos personales, más reprobable todavía es abrigar sentimientos de envidia para con el hermano bien dotado o bien aceptado: « Todo aquel que envidia a su hermano por el bien que el Se– ñor dice y obra en él, incurre en pecado de blasfemia, porque en– vidia al mismo Altísimo, que es quien dice y obra todo bien » (Adm 8, 3).

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