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hemos de confesai 'fue 1a institución tan amada de los Jefes de la Iglesia no ha dado los frutos que ellos se habían prometido: la formación de una falan– ge aguerrida, cumplidora de los preceptos evangélicos, de los propios debe.res individuales, familiares y sociales, para lanzarse después a la restauración cristiana de los individuos, de la familia y de la sociedad. Son dos hechos innegables: la esperanza del Potificado en la Orden Tercera y la actuación deficiente de ésta. Una pregunta Y ante todo una pregunta: ¿la Orden Tercera está actualmente a la altura en que soñaron los Papas? La respuesta categórica en pro o en contra, como casi todas las afirma– ciones o negaciones rotundas, no sería exacta. Fácil sería generalizar la actualización deficiente de ciertas zonas, como también la organización con– soladora de otras. A fuer de sinceros, hemos de confesar que en no pocas partes la Orden Tercera no rinde lo que está llamada a rendir. No culpamos a nadie. Complejo es el problema, no lo ignoramos. Pero ello no nos autoriza a encubrir la rea– lidad. ¿No podría llegarse a una mayor vivencia de cristianismo en la gene– ralidad de los terciarios? Los hay magníficos; pero ¿acaso no existen otros que dan su nombre a la institución como lo inscriben a cualquier otra aso– ciación? ¿Cuenta con el suficiente número de jóvenes? ¿Atendemos con deci– sión a los deseos de apostolado que a veces pululan en las Hermandades? Y, si no existen en otras, ¿ya lo fomentamos, recordando aquella respuesta redactada para contestar a la pregunta de si son necesarias a la Orden Tercera las obras de apostolado: Ipse Tcrtius Ordo Franciscalis apostolatu eget, secus moritur.?)) ¿Es actual la Orden Tercera? Surge una duda que tal vez no pocos formulan: ¿ la Orden Tercera es actual,? No negamos que la Orden Tercera viste a veces en algunos lugares ves– tiduras que no van bien con la segunda mitad del siglo veinte. Pero se nos antoja ridícula la afirmación de que no es actual. Proclamarlo es contra– decir abiertamente a los grandes Papas modernos, actualísimos, como León XIII y Pío X. Ni conviene olvidar que la gran exhortación de Benedicto XV tiene data de 1921, poquísimos años antes de que Pío XI ideara la Acción Ca– tólica específica. Si de las recomendaciones de los Sumos Pontífices pasamos a la consi– deración de la Regla, el resultado es idéntico, supuesto que en ella resplan– dece el más puro cristianismo. Tal vez ciertos retoques se hagan ya en ella necesarios, a lo que proveerán las constituciones que pronto aparecerán junto a la ley fundamental. Pero, aun sin ellas, supuesto que la Regla da amplio ' margen a la iniciativa de las Hermandades y de sus directores, no cabe duda de que su contenido es actual y de que puede aún hoy producir aquellos co• piosísimos frutos que en otros tiempos consiguió.

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