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28Ó t. IRIARíf:l primario; no hemos de extrañarnos de que la cuestión del verdadero hábito de san Francisco originara polémicas no siempre pacíficas. Pero en la base había una voluntad sincera de conformarse en todo a san Francisco, como él se conformó en todo a Cristo. Lo expresaban en estos términos las Constituciones de 1536: «Puesto que en tanto somos hijos del seráfico Padre en cuanto imitamos su vida y doctrina, por lo cual nuestro Salvador dijo a los hebreos: Si sois hijos de Abraham haced las obras de Abraham; así, si somos hijos de san Francisco, debemos hacer las obras de san Francisco: por esto se ordena que cada cual se esfuerce por imitar a este nuestro Padre, dado a nosotros como regla, norma y ejemplo, más aún, hemos de imitar en él a nuestro Señor Jesu– cristo, no sólo tomando en cuenta la Regla y el Testamento, sino todas sus encendidas palabras y sus obras llenas de caridad. Por lo cual deben leerse con frecuencia su vida y las de sus compañeros» (n. 6). «Dado a nosotros como regla, norma y ejemplo.» Francisco siguió sien– do siempre, aún después de su muerte, la Regla viva, sobre todo para los celadores de la fidelidad a la Regla escrita. Mientras que la orientación oficial de la Orden, apoyada en la posición jurídica de los doctos, fue aferrándose cada vez más a la letra, leía a la luz de las declaraciones pon– tificias, el sector «espiritual» tuvo como punto de referencia la vida y la «intención» de san Francisco. Esa intención se esforzaba por descubrirla Bernardino de Asti, redac– tor de las Constituciones, no sólo en la letra de la Regla y del Testamento, sino en las encendidas palabras y en el ejemplo del Fundador, y secun– dariamente en las fuentes biográficas antiguas. Por desgracia no todos estaban capacitados para establecer esa escala preferencial, quizá porque el acceso a los escritos personales de san Fran– cisco -cartas, admoniciones, Regla no bulada- no era fácil a la mayo– ría de los religiosos. En realidad, poco a poco los responsables de la for– mación de los jóvenes capuchinos fueron dando más importancia al Es– pejo de Perfección y al Libro de las Conformidades, que ofrecían una imagen deformada del Fundador y de los orígenes de la Orden. Las cons– tituciones de 1536 decían ya a este propósito: «Para conocer mejor y al detalle la mente de nuestro seráfico Padre, léanse sus Florecillas, las Con– formidades y los otros libros que hablan de él» (n. 142). Interesante: ese criterio de leer las Conformidades como fuente del genuino espíritu franciscano se mantuvo hasta la revisión de 1968. Al enlazar con los «espirituales» del primer siglo franciscano, los ca– puchinos cayeron en el literalismo por lo que hace a la Regla. Mateo de Bascio habría escuchado en la oración las mismas palabras que, según la leyenda recogida por el Espejo de Perfección (n. 1), dijo Cristo a san Francisco ante los ministros: «Quiero que esta Regla sea observada a la letra, a la letra, a la letra.» Y lo mismo que en los tiempos de Angel Cla-

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