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294 í.. iRíARTE «algunos devotos y santos estudios, impregnados de caridad y humildad» (n. 122). Andando el tiempo la Orden se abriría plenamente al cultivo de las ciencias sagradas, siempre con el único fin de formar sacerdotes con– venientemente preparados y dando siempre la primacía a la sagrada Es– critura. Los predicadores capuchinos renovaron la predicación de la época, sea aligerándola del uso eclesiástico de divisiones y sutilezas, que la hacían pesada y nada accesible al pueblo, sea principalmente reaccionando intenc cionadamente contra la moda humanista de hacer alarde de erudición clásica, a.un mitológica. Las Constituciones decían: «Se prohíbe a los pre– dicadores hacer uso de perifollos, novelas, poesías, historias u otras cien– cias vanas, superfluas, curiosas, inútiles y aun perniciosas; sino que, a ejemplo del apóstol Pablo, han de predicar a Cristo crucificado, en quien están todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios ... No citen sino a Cristo y a los santos doctores» (n. 111). «Y porque no dicen bien con el desnudo y humilde Crucificado expresiones pulidas, rebuscadas y alam– bicadas, sino la palabra desnuda, sencilla, humilde y suave, pero siempre divina, enardecida y llena de amor... , se exhorta a los predicadores que hagan por imprimir a Cristo bendito en el corazón y darle pacífica posesión de sí mismos, para que, por redundancia de amor, sea Él quien habla por medio de ellos, no sólo con las palabras, sino mucho más con las obras ... » (n. 112). Repetidamente es presentado san Pablo como modelo del predicador capuchino. Todo en aquellos predicadores contribuía a la eficacia profé– tica de su mensaje: la presencia austera y mortificada, pobre y humilde, la entonación valerosa y sincera, la total imparcialidad, sin distinción de clases sociales, el fervor que en ocasiones se convertía en emoción des– bordante que sacudía los espíritus, y aquel estilo eminentemente popu– lar que supieron asimilar aun los oradores más doctos de la nueva reforma. A todo ello se debió el éxito de la predicación capuchina. Pero no fue la predicación la única forma de apostolado de los ca– puchinos en el siglo xvI.Hemos hablado ya de la asistencia caritativa a los hambrientos y apestados. Muy pronto se distinguirían como impulsores de iniciativas sociales, como enviados de paz, como válidos directores de almas; etc. Y, para terminar, una palabra sobre la conciencia de la vocación misio– nera de la Orden. En un tiempo en que Italia no se había abierto aún al fervor evangelizador despertado por los descubrimientos de ultramar y cuando los capuchinos no pensaban en lanzarse, ni mucho menos, a em– presas misioneras lejanas, ya las Constituciones de 1536 nos sorprenden con una fuerte afirmación del destino misionero, esendal al proyecto franciscano de vida. Se recuerda el celo de san Francisco por la conversión de los infieles, se estimula a ofrecerse para tai empresa a los hermanos que se sienten llamados y a los ·superiores a concederles la autorización !>i los hallan idóneos, todo eHo en conformidad con la Regla. Pero no se

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