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FtSONOMÍA ESP1RlTUAL DE LOS CAPUCHINOS de cruz... , para evitar el escándalo, el capítulo general renuncia al privi– legio de estar libres y exentos de los Ordinarios,· y aceptamos por sumo privilegio, con el seráfico Padre, permanecer sometidos a todos» (n. 8). Sigue otra exhortación a :la sumisión al Papa, a los Prelados, a los sacerdotes y «a toda humana creatura que nos muestre el camino de Dios» (n. 9). Es fácil comprender la reacción que habría provocado en las demás Ordenes religiosas mendicantes la decisión del capítulo de los capuchinos. ¡Renunciar a posiciones logradas al ,cabo de tantas luchas! Por otro lado, la exención de los regulares no era tanto un privilegio de éstos cuanto una expresión de la prerrogativa del romano Pontífice de ejercer su misión de pastor universal. Lo cierto es que en las Constituciones de 1552 ya no apareció la renuncia a la exención, aunque se conservó la bellísima mo– tivación. Una nueva constatación de que habían quedado atrás los años heroicos. d) Pobreza-austeridad La joven reforma, al igual que los demás movimientos del tiempo, franciscanos y no franciscanos -como por un acuerdo tácito denominados de descalzos-, hizo de la austeridad fa palabra de orden. El hombre del siglo XVI, aristócrata o burgués, era amigo de comodidades, del bien vestir, especialmente del bien calzar; la vanidad de quien tenía medios aparecía en la ostentación de los grandes palacios con sus portaladas solemnes, sus espaciosos ventanailes, sus salones altos y profusamente adornados, de las carrozas lujosas, de las quintas señoriales, de los banquetes de manjares variados y refinados. La pobreza no suponía sólo, para los capuchinos, elegir un modo de vivir pobremente, sino la respuesta profética a todo aquel «mundo». En todas las cosas, establecían las Constituciones de Albacina, «ha de resplan– decer la sobriedad, la pobreza y la austeridad» (n. 15). Las fuentes hablan, como de un elemento connatural a la pobreza, de la santa rudeza, vileza, sencillez, estrechez. «La austeridad aterrorizaba, fa pobreza y sencillez en– ternecían, y la devoción conmovía» a los que visitaban los «lugares» de los capudhinos (Pablo de Foligno). Las moradas, lo hemos visto, debían ser pequeñas y bajas, «las celdas diminutas y pobres, humildes y bajas, de forma que parezcan más bien sepulcros que celdas» (A!lbac. n. 45). Los vestidos habían de ser «de paños viles... abyectos, despreciables y mortificados de color» (lb. n. 24); «viles, abyectos, austeros, rudos y despreciables» (Const. 1536, n. 21). El hábito estrecho y sencillo; por cíngulo, «una cuerda tosca, vilísima y gruesa... ; para que, despreciables al mundo, tengamos ocasión de mortificarnos» (n. 23). Las sandalias eran una concesión para los débiles, pero los que pudieran debían ir descalzos (n. 26). Se dormía sobre las tablas desnudas o cubiertas con una estera, o sobre la paja (n. 25).

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