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324 LÁZARO IRIARTE una com1s1on para examinar los manuales de Jacquier y de Villalpando; el resultado fue la voluntad de seguir con Goudin y un rechazo de Villal– pando por razón de los "errores" diseminados en su Philosophia y de otros defectos de forma. Pero fue el claustro salmanticense el que opuso mayor y más encarniza– da resistencia al intento del Consejo. No se trataba solamente de una cues– tión de alternativa entre los varios manuales, sino de la actitud de fondo ante la filosofía moderna. Una comisión de teólogos escolásticos preparó un informe al pleno del claustro. Fue un ataque furibundo contra la obra del capuchino. Siguió una encendida polémica, en la que formaban minoría los partidarios de la renovación filosófica y, por lo tanto, defensores del manual de Villalpando. Contra éste llovieron toda clase de acusaciones, sin excluir la de herejía. El rechazo por la primera universidad era ya de_ suyo grave. Pero el golpe certero provino de donde se podía temer: la denuncia del libro a la Inquisición, tanto más sensible cuanto. que provenía de uno de los hermanos de hábito del autor. El padre Zamora ha puesto de manifiesto la dependencia existente entre el texto de la delación y el de la censura de la universidad de Salamanca. El enojoso proceso duró quince años, de 1780 a 1795. La sentencia de la Inquisición de Corte se dio el 17 de agosto de 1795; pero quedó todo archivado en el Consejo de. la Suprema, a lo que parece, por intervención del gobierno. La obra del padre Zamora se completa con un Apéndice documental, de particular interés para valorar el significado histórico de la Philosophia de Villalpando, su postura crítica respecto a la tradición escolástica y, por el contrario, su actitud abierta y positiva ante los progresos de la ciencia experimental. Siguen las fuentes y la bibliografía, muy completa, y el índice analítico. Se trata, pues, de un completísimo trabajo de investigación, que ha– brán de agradecer cuantos dedican su atención al influjo de la Ilustración en España en la segunda mitad del siglo XVIII, en general y, más en concreto, a la actitud de la universidad española frente a esa misma corrien– te internacional. Si hubiera de añadir una impresión mía sobre la personalidad del padre Francisco de Villalpando, tal como se desprende de los capítulos del libro, diría que me ha sorprendido gratamente el que de los claustros conventua– les hubiera surgido una mente tan ampliamente cultivada y científicamente informada, al margen de los centros públicos del saber. Pero más aún me ha sorprendido la libertad de espíritu, que en aquellos tiempos era audacia
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